YO FEMINISTA
El Dromedario
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Con esta lucha libertaria las cimarronas recuperaban sus cuerpos, sus nombres, sus sueños y sus derechos, entre otros a ser amadas y a ser madres o a mantenerse libres de ataduras. Su destino era suyo, pues al escapar habían recuperado el poder de decidir sobre sus vidas.
Además de apoyar la causa con sus habilidades como costureras, cocineras o fabricantes de rudimentarias pero eficaces armas, muchas de ellas se convirtieron en aguerridas militantes del movimiento cimarrón: “donde 150 negras peleaban mejor que los varones con sus dardos, mucanes y lanzas”.(Azopardo Gutierrez, 1980).
Con el paso del tiempo los palenques, fundados como fuertes para el entrenamiento militar y el refugio de esclavos fugitivos, fueron transformándose en aldeas pobladas por hombres y mujeres cimarrones que lograron recuperar su libertad. Sin embargo, pese a que todos estaban de acuerdo en construir una comunidad pacífica, los problemas entre ellos eran inevitables y se producían en gran medida por la necesidad de los varones de conformar hogares estables y la evidente escasez de mujeres disponibles para tal fin. Ellas eran entonces el centro de las disputas entre los hombres que, con más frecuencia y desde más lugares, llegaban a los palenques para convertirse en cimarrones. Ésto generó la necesidad de establecer reglas claras, un código de honor y conducta estricto, que ayudaran a evitar riñas y conflictos y mantuvieran la unión entre todos los habitantes de los palenques.
En Colombia los más importantes fueron: La Matuna, San Basilio, La Ramada Santa Cruz, Betancur, Matubero, Sierra de Luruaco, Urué, San Jacinto, Tadó y Cartago.