Niñez, familia, comunidad y formación teológica
Pr. Harold Segura C.
Harold Segura es pastor evangélico bautista y teólogo. Fue rector del Seminario Teológico
Bautista Internacional (1995-2000). Actualmente es Director de Relaciones Eclesiásticas e
Identidad Cristiana de «World Vision» para América Latina y El Caribe.
S
uele sucedernos que, al pensar en un centro de forma-
ción teológica, lo que primero viene a la mente es un
complejo arquitectónico, con algunos edificios, aulas de
clase, una deslumbrante biblioteca, docentes y personal admi-
nistrativo al servicio de una institución educativa formal. De esta
idea somos culpables quienes con nuestros hechos, palabras y
actitudes hemos hecho creer que la formación teológica perte-
nece de manera exclusiva a los seminarios, institutos y a otros
pocos centros educativos. En este limitado concepto de forma-
ción teológica, teólogo y teóloga es quien ha egresado de un
centro educativo y ha obtenido un grado académico que lo acre-
dita como profesional en el área, y la teología queda reducida a
un mero asunto académico que pertenece a una élite privilegia-
da.
La Reforma Protestante, ya desde sus inicios, quiso recuperar la
enseñanza neotestamentaria acerca del sacerdocio universal de
todos los creyentes, según la cual todos los seguidores de Jesús
somos ministros del evangelio y, por lo tanto, tenemos la capaci-
dad de relacionarnos con Dios directamente, sin intermediarios
humanos, y de pensar en el contexto de la comunidad de fe lo
que significa seguir a Jesús y proclamar su mensaje. Para Lutero,
todo cristiano es un sacerdote y todo empleo u oficio es una
vocación que proviene de Dios y una forma se servicio a Dios y al
prójimo. Enseñaba el reformador alemán que «todos los cristia-
nos son sacerdotes, y todas las mujeres sacerdotisas, jóvenes o
viejos, señores o siervos, mujeres o doncellas, letrados o laicos,
sin diferencia alguna»[1]. Si todos los creyentes son sacerdotes
y ministros, «entonces la educación teológica no puede limitarse
a una élite clerical a la cual le es encomendada la tarea de pen-
sar por los demás» [2].
Esta perspectiva del pueblo sacerdotal no desconoce, de ningu-
na manera, el invaluable papel de la teología como disciplina de
estudio formal [3] y la labor metódica y sistemática de los teólo-
gos y teólogas de profesión [4], de los que, por cierto, tanta ne-
cesidad se tiene en la Iglesia de hoy.
Al afirmar la dimensión popular del quehacer teológico ― la que
incluye a todo el pueblo de Dios― se busca animar a toda la
Iglesia a involucrarse en la exigente disciplina espiritual de rela-
cionar aquello que decimos creer con lo que en realidad vivimos;
a poner en diálogo crítico los viejos credos de ayer con los nue-
vos acontecimientos de hoy; a situar nuestra existencia histórica
a la luz de la fe y a buscar la pertinencia histórica de la fe para
cada generación. Y este ejercicio de fe es tan apremiante que no
debemos dejarlo en el terreno exclusivo de los expertos. Es una
labor necesaria, además de inevitable.
José Miguez Bonino, quizá el más destacado teólogo protestante
latinoamericano del siglo XX, dice: «la teología es necesaria: sin
un conocimiento más profundo y coherente de la doctrina cris-
tiana mal se puede enseñar, predicar, evangelizar, traducir la fe
en acción. Pero, además de necesaria, es inevitable: cada vez
que, como creyentes, abrimos la boca, aunque sea sólo para leer
un texto, estamos incluso en las palabras que realzamos en la
simple lectura, interpretando, diciendo algo de Jesucristo, de
Dios, de la fe, de la iglesia, de la salvación, algo que es bueno o
malo, verdadero o distorsionado, constructivo o negativo, claro
o confuso, oportuno o desubicado. No podemos evitarlo: y es
una grave responsabilidad. La teología es un instrumento indis-
pensable, que todos usamos» [5].
Si, como dice Míguez, hacemos teología aun cuando ni siquiera
sabemos que la estamos haciendo, vale, entonces, preguntar
¿cuáles son, además de la iglesia, las otras instancias donde su-
cede la labor teológica? Aquí, por razones de espacio y de pro-
pósito señalaremos una que es obvia: el hogar.