Abril 2019 Sígueme_02_abril19 | Page 18

Niñez, familia, comunidad y formación teológica Pr. Harold Segura C. Harold Segura es pastor evangélico bautista y teólogo. Fue rector del Seminario Teológico Bautista Internacional (1995-2000). Actualmente es Director de Relaciones Eclesiásticas e Identidad Cristiana de «World Vision» para América Latina y El Caribe. S uele sucedernos que, al pensar en un centro de forma- ción teológica, lo que primero viene a la mente es un complejo arquitectónico, con algunos edificios, aulas de clase, una deslumbrante biblioteca, docentes y personal admi- nistrativo al servicio de una institución educativa formal. De esta idea somos culpables quienes con nuestros hechos, palabras y actitudes hemos hecho creer que la formación teológica perte- nece de manera exclusiva a los seminarios, institutos y a otros pocos centros educativos. En este limitado concepto de forma- ción teológica, teólogo y teóloga es quien ha egresado de un centro educativo y ha obtenido un grado académico que lo acre- dita como profesional en el área, y la teología queda reducida a un mero asunto académico que pertenece a una élite privilegia- da. La Reforma Protestante, ya desde sus inicios, quiso recuperar la enseñanza neotestamentaria acerca del sacerdocio universal de todos los creyentes, según la cual todos los seguidores de Jesús somos ministros del evangelio y, por lo tanto, tenemos la capaci- dad de relacionarnos con Dios directamente, sin intermediarios humanos, y de pensar en el contexto de la comunidad de fe lo que significa seguir a Jesús y proclamar su mensaje. Para Lutero, todo cristiano es un sacerdote y todo empleo u oficio es una vocación que proviene de Dios y una forma se servicio a Dios y al prójimo. Enseñaba el reformador alemán que «todos los cristia- nos son sacerdotes, y todas las mujeres sacerdotisas, jóvenes o viejos, señores o siervos, mujeres o doncellas, letrados o laicos, sin diferencia alguna»[1]. Si todos los creyentes son sacerdotes y ministros, «entonces la educación teológica no puede limitarse a una élite clerical a la cual le es encomendada la tarea de pen- sar por los demás» [2]. Esta perspectiva del pueblo sacerdotal no desconoce, de ningu- na manera, el invaluable papel de la teología como disciplina de estudio formal [3] y la labor metódica y sistemática de los teólo- gos y teólogas de profesión [4], de los que, por cierto, tanta ne- cesidad se tiene en la Iglesia de hoy. Al afirmar la dimensión popular del quehacer teológico ― la que incluye a todo el pueblo de Dios― se busca animar a toda la Iglesia a involucrarse en la exigente disciplina espiritual de rela- cionar aquello que decimos creer con lo que en realidad vivimos; a poner en diálogo crítico los viejos credos de ayer con los nue- vos acontecimientos de hoy; a situar nuestra existencia histórica a la luz de la fe y a buscar la pertinencia histórica de la fe para cada generación. Y este ejercicio de fe es tan apremiante que no debemos dejarlo en el terreno exclusivo de los expertos. Es una labor necesaria, además de inevitable. José Miguez Bonino, quizá el más destacado teólogo protestante latinoamericano del siglo XX, dice: «la teología es necesaria: sin un conocimiento más profundo y coherente de la doctrina cris- tiana mal se puede enseñar, predicar, evangelizar, traducir la fe en acción. Pero, además de necesaria, es inevitable: cada vez que, como creyentes, abrimos la boca, aunque sea sólo para leer un texto, estamos incluso en las palabras que realzamos en la simple lectura, interpretando, diciendo algo de Jesucristo, de Dios, de la fe, de la iglesia, de la salvación, algo que es bueno o malo, verdadero o distorsionado, constructivo o negativo, claro o confuso, oportuno o desubicado. No podemos evitarlo: y es una grave responsabilidad. La teología es un instrumento indis- pensable, que todos usamos» [5]. Si, como dice Míguez, hacemos teología aun cuando ni siquiera sabemos que la estamos haciendo, vale, entonces, preguntar ¿cuáles son, además de la iglesia, las otras instancias donde su- cede la labor teológica? Aquí, por razones de espacio y de pro- pósito señalaremos una que es obvia: el hogar.