Cada día leo y escucho con mayor convencimiento que el hoy es lo más importante.
¿Para qué pensar en el ayer? Ya pasó y no se puede modificar (sí saber que es nuestro cimiento vital).
¿El futuro... cuándo es? ¿Dentro de seis meses, tres años, dos horas? - Sin descartar las bondades del proyectar -
¿Y toda esta introducción...qué sentido tiene?
Bueno simplemente es para expresar que me gustaría compartir con ustedes una cálida, sencilla y a la vez profunda historia acerca de mi madre.
Ella es presente total...91 años y con senilidad, alegre senilidad.
Esther...Esthercita, la de los ojos brillantes, de color del tiempo... la de la infancia triste, hija de inmigrantes europeos de principios del siglo XX, heredera de las circunstancias y de prematuras responsabilidades..., felíz con su escuela primaria: ¡¡¡sabía leer y escribir!!!
Pero seguir estudiando, no; trabajar, sí... cosiendo botones en un taller, cuidando niños y como diversión, baldear patios el domingo... Y allí apareció Samuel. Su verdadero y único amor, su compañero de ilusiones, desvelos, trabajo, viajes... Luego todos nosotros, sus adorados hijos.
Más ese amor universal, generoso y esas experiencias cotidianas, livianas o profundas, fáciles o difíciles atravesadas por el tiempo se borraron; se escaparon y solamente le queda el hoy, el ahora.
Cuando me ve sonríe, sonríe y disfruta... sonrisa que acaricia.
No deja de arreglarse: aros, labios pintados, cartera (vacía, pero cartera al fin) y salimos... una vuelta al patio, atenta a las plantas... siempre colgada dulcemente de mi brazo...
Me da tanta ternura... su mirada, su voz con palabras
inventando realidades y allí compruebo que a mí
también se me han borrado algunos disensos,
cambios de humor, confrontaciones propias de una
lejana convivencia y rescato este querer pleno, esa
eterna dedicación recibida y tal vez celebro con
mayor fuerza su rara pasión por seguir viviendo...