con los fuertes vientos de Colorado y las nevadas hasta la cintura que liquidaban al ganado;
los chubascos y las extrañas nieblas de la primavera y el verano, cuando hasta los cuervos
buscaban las exiguas sombras y la dorada inmensidad de los trigales parecía erizarse y arder.
Finalmente, después de septiembre, el tiempo cambiaba y había un veranillo que, a veces,
duraba hasta la Navidad. Mientras contemplaba la maravillosa estación, el señor Clutter se
reunió con un perro mestizo, con algo de pastor irlandés, y juntos se dirigieron hacia el corral
del ganado que estaba junto a uno de los tres graneros de la finca.
Uno de ellos era una enorme estructura metálica prefabricada, rebosante de cereal -
sorgo de Westland- y otro, albergaba una colina de grano que valía mucho dinero: cien mil
dólares. Esa cantidad representaba un incremento del cuatro mil por ciento en los ingresos del
señor Clutter en el año 1934, año en que se había casado con Bonnie Fox y se había
trasladado con ella desde su pueblo natal de Rozel, Kansas, a Garden City, donde había
encontrado trabajo como ayudante del consejero agrícola del condado de Finney. Era típico de
él que hubiese tardado sólo siete meses en ser ascendido, o sea en ocupar el cargo de su
superior. Los años en que ocupó ese puesto -de 1935 a 1939- fueron los más polvorientos, los
más angustiosos que había conocido la región desde la llegada del hombre blanco y el joven
Herb Clutter, dotado de un cerebro capaz de mantenerse al día con las más modernas prácticas
agrícolas, poseía las cualidades necesarias para hacer de intermediario entre el gobierno y los
alicaídos agricultores. Estos necesitaban del optimismo y la preparación técnica de ese
simpático joven que parecía saber perfectamente lo que llevaba entre manos. Al mismo
tiempo, no estaba haciendo lo que quería hacer; hijo de granjero, siempre había querido
trabajar su propia tierra. Por esta razón, al cabo de cuatro años renunció a su puesto, pidió un
préstamo que invirtió en arrendar tierras y creó el embrión de la granja de River Valley (un
nombre justificado por la presencia de los meandros del río Arkansas, pero no, ciertamente,
por la presencia de un valle). Fue una decisión que varios granjeros conservadores del
condado de Finney contemplaron con algo de ironía; eran los veteranos a quienes les gustaba
dirigir pullas al joven consejero sobre el tema de sus conocimientos universitarios.
-Desde luego, Herb. Siempre sabes qué es lo mejor que se puede hacer con la tierra de
los demás. Plante esto. Nivele aquello. Pero quizá dirías otras cosas si la tierra fuera tuya.
Se equivocaban. Los experimentos del recién llegado tuvieron éxito, sobre todo porque,
durante los primeros años, trabajó dieciocho horas diarias. No faltaron las contrariedades: dos
veces fracasó la cosecha de cereales y un invierno perdió varios cientos de cabezas de ganado
en una ventisca, pero diez años después los dominios del señor Clutter abarcaban casi
cuatrocientas hectáreas de su propiedad y mil trescientas más arrendadas. Y eso, como
reconocían sus colegas, «no estaba nada mal». Trigo, maíz, semillas de césped
seleccionadas... ésas eran las cosechas de las que dependía la prosperidad de la granja. Los
animales también eran importantes: ovejas y, sobre todo, ganado vacuno. Un rebaño de varios
centenares de Hereford llevaba la marca de Clutter, aunque nadie lo hubiera creído juzgando
por los escasos pobladores de los establos, que se reservaban para los animales enfermos,
unas pocas vacas lecheras, los gatos de Nancy y Babe, el favorito de la familia, un caballo de
trabajo viejo y gordo que nunca se opuso a pasear con tres o cuatro niños trepados en su
ancho lomo.
El señor Clutter dio a Babe el corazón de su manzana y saludó al hombre que estaba
limpiando el corral... Alfred Stoecklein, el único empleado que vivía en la finca. Los
Stoecklein y sus tres hijos vivían en una casita que estaba a menos de cien metros de la casa
principal; aparte de ellos, los Clutter no tenían vecinos a menos de un kilómetro de distancia.
Stoecklein, hombre de cara larga y dientes manchados, le preguntó:
-¿Necesita algo especial para hoy? Porque la niña pequeña se ha puesto mala. Mi mujer
y yo nos hemos pasado toda la noche detrás de ella. Me parece que la llevaré al doctor.
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