cascabel de Nevada que él mismo había matado, un netsuke 1 con un dibujo erótico comprado
en Kyoto, un árbol enano petrificado, también del Japón, la zarpa de un oso de Alaska).
Probablemente la mejor solución, por lo menos la mejor que podía divisar Perry, era dejárselo
todo a «Jesús». El «Jesús» a que se refería servía en el bar al otro lado de la calle, frente al
hotel, que era, según Perry, muy simpático 2 y sin duda una persona que le enviaría las cajas en
cuanto se le dijera que lo hiciera. (Pensaba pedirlas, en cuanto contara con una «dirección
fija».)
Además, había algunas cosas demasiado preciosas como para correr el riesgo de
perderlas; mientras los amantes pasaban el tiempo dormitando y faltaba un tiempo para las
dos de la tarde, Perry ojeaba cartas, fotografías, recortes de periódico seleccionando entre
ellos los recuerdos que portaría consigo. Entre ellos, había una composición deficientemente
escrita a máquina titulada Historia de la vida de mi hijo. El autor del manuscrito era el padre
de Perry quien, para ayudar a su hijo a obtener la libertad bajo palabra en la Penitenciaría del
Estado de Kansas, la escribió el mes de diciembre del año anterior y la envió por correo al
Parole Board del Estado de Kansas. Era un documento que Perry había leído cientos de veces
y nunca con indiferencia.
Infancia. Conténtame decir que, a mi ver, fue a la misma vez buena y mala. Sí, el
nacimiento de Perry fue normal. Sano sí. Y pude cuidar de él como Dios manda hasta que
resultó que mi mujer era una borracha perdida cuando mis hijos estaban en edad de ir a la
escuela. De natural alegre, sí y no, muy serio. Si se le maltrata, nunca lo olvida. Yo cumplo
siempre mi promesa y le enseñé a hacer lo propio. Mi mujer era distinto. Vivíamos en el
campo. Todos nosotros somos gente de vida al aire libre. Les enseñé a mis hijos la regla de
oro: Vive y deja vivir, y muchas veces mis hijos iban y uno le decía a otro que algo estaba
mal hecho y el culpable lo confesaba siempre y se adelantaba a recibir una paliza. Y prometía
que hora sería bueno y que haría su deber rápidamente y de buena voluntad para poder irse a
jugar. Siempre se lavaban ellos mismos, lo primero que hacían en la mañana, se ponían ropa
limpia, yo era muy estricto en esto y en lo del hacer maldades al prójimo y si alguno de los
otros niños se comportaba mal con ellos, yo no les dejaba volver a jugar juntos. Mientras
estuvimos todos unidos, mis hijos fueron como una seda. Todo empezó cuando mi mujer
quiso marcharse a la ciudad y hacer una vida de perdida y se fue de casa. Yo la dejé marchar
y le dije adiós cuando fue y cogió el coche y me dejó allí plantado (esto fue durante la
depresión). Mis hijos lloraban a voz en cuello. Ella no hacía más que maldecirlos en diciendo
que encima luego se fugarían para reunirse conmigo. Estaba como loca y me dijo que haría
que los chavales me odiaran, cosa que consiguió, menos de Perry. Por amor a mis hijos yo fui
luego, al cabo de varios meses y sin saberlo mi mujer, a buscarlos y los encontré en San
Francisco. Traté de verlos en la escuela. Mi mujer había dado orden a la maestra de que no me
dejara verlos. Pero me las arreglé para ver cómo jugaban en el patio del colegio y me quedé
estupefacto cuando oí que me decían: «Mamá nos ha dicho que no te hablemos.» Todos
menos Perry. El era distinto. Me echó los brazos al cuello y quería irse conmigo en ese mismo
momento. Yo le dije No. Pero al terminar la clase, se fue derecho a casa de mi abogado Rinso
Turco. Le volví a llevar el chaval a su madre y me fui de la ciudad. Perry me dijo luego que
su madre le dijo que se buscara dónde estar. Estando mis hijos con ella, andaban sueltos por
cualquier lado y tengo entendido que Perry se metió en un lío. Yo quería que ella pidiera el
divorcio, cosa que hizo después de un año o así. Ella bebía, andaba de juerga y vivía con un
jovenzuelo. Yo impugné el divorcio y me fue concedida la custodia de los hijos. Me llevé a
1
2
Broche o hebilla de marfil, madera o metal. (N. del T.)
En español en el original. (N. del T.)
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