A SANGRE FRIA | Page 74

del último que tuvo y que ahora quería quedarse todo el día tumbado en la cama leyendo, abanicándose y bebiendo cerveza. Leía tebeos e historietas del Oeste: nada, pura basura. Era un buen tipo. Algunas veces bebíamos una cerveza juntos y un día hasta me prestó diez dólares. No tenía motivo alguno para hacerle ningún daño. Pero una noche, que estábamos sentados allá arriba en el ático y hacía tanto calor que no se podía dormir, le dije: »-Anda, King, vamos a dar una vuelta por ahí en el coche. »Yo tenía por entonces un viejo coche que había desmontado, le había trucado el motor y lo había pintado de color plata..., lo llamaba "Espectro de Plata". Fuimos a dar una vuelta muy larga. Llegamos hasta el desierto. Por allá hacía fresco. Paramos el coche y nos bebimos algunas cervezas más. King salió del coche y yo le seguí. No se dio cuenta de que yo había cogido la cadena aquella, una cadena de bicicleta que siempre tenía debajo de mi asiento. Lo cierto es que no tenía ninguna intención de hacerlo hasta que lo hice. Le di en la cara. Las gafas se le rompieron. Seguí dándole. Después no sentí nada especial. Lo dejé allí y nunca oí una palabra sobre eso. Puede que nadie lo haya encontrado. Sólo los buitres. Había algo de verdad en aquello, Perry, efectivamente, había conocido en las circunstancias descritas a un negro llamado King. Pero si el hombre estaba por entonces muerto, no era por obra de Perry: él nunca alzó la mano contra él. Si fuera por el, King estaría todavía tumbado en algún lugar, abanicándose y consumiendo cerveza. -¿O es que no lo mataste? ¿O es que no fue como me dijiste? -había preguntado entonces Dick. Perry, como mentiroso, dejaba mucho que desear: no era ni astuto ni fecundo. Pero cuando contaba un cuento, generalmente sabía mantenerlo, por lo cual comentó: -Pues claro que lo maté... Sólo que... un negro no es lo mismo. -Y luego había agregado-: ¿Sabes lo que me roe el cerebro? ¿De lo otro? Que no me lo creo..., que no creo que nadie pueda salirse así, con tanta facilidad, de una cosa como ésa. Y sospechaba que Dick tampoco. Porque Dick estaba también cargado de ciertas aprensiones místico-morales de Perry. Por lo menos en gran parte. Así que dijo: -Y ahora basta. Cállate. El coche se puso en marcha. Delante, a una treintena de metros, un perro trotaba a un lado de la carretera. Dick tomó de pronto aquella dirección. Era un vulgar perro viejo, sarnoso y de huesos frágiles. El encontronazo cuando el coche lo embistió no fue mucho mayor que el que hubiera producido un pájaro. Pero Dick se sintió satisfecho: -¡Bravo! -exclamó. Eso era lo que decía siempre después de haber atropellado a un perro, cosa que no dejaba nunca de hacer si se le presentaba la ocasión . -¡Bravo! ¡Le dimos de pleno! Pasó la fiesta de Acción de Gracias y la temporada del faisán llegó a su fin pero no llegaba a desvanecerse el soleado veranillo con su serie de días límpidos y claros. El último de los periodistas forasteros, convencido de que el caso no iba a resolverse nunca, se fue de Garden City. Pero la gente de Finney County, o por lo menos los parroquianos asiduos del mejor punto de reunión de Holcom, el Café Hartman, no lo consideraba de ningún modo cerrado. -Desde la desgracia, hemos trabajado todo cuanto podíamos -ccomentó la señora Hartman, paseando la mirada en torno de sus bien aparejados dominios, cuyos huecos 74