del último que tuvo y que ahora quería quedarse todo el día tumbado en la cama leyendo,
abanicándose y bebiendo cerveza. Leía tebeos e historietas del Oeste: nada, pura basura. Era
un buen tipo. Algunas veces bebíamos una cerveza juntos y un día hasta me prestó diez
dólares. No tenía motivo alguno para hacerle ningún daño. Pero una noche, que estábamos
sentados allá arriba en el ático y hacía tanto calor que no se podía dormir, le dije:
»-Anda, King, vamos a dar una vuelta por ahí en el coche.
»Yo tenía por entonces un viejo coche que había desmontado, le había trucado el motor
y lo había pintado de color plata..., lo llamaba "Espectro de Plata". Fuimos a dar una vuelta
muy larga. Llegamos hasta el desierto. Por allá hacía fresco. Paramos el coche y nos bebimos
algunas cervezas más. King salió del coche y yo le seguí. No se dio cuenta de que yo había
cogido la cadena aquella, una cadena de bicicleta que siempre tenía debajo de mi asiento. Lo
cierto es que no tenía ninguna intención de hacerlo hasta que lo hice. Le di en la cara. Las
gafas se le rompieron. Seguí dándole. Después no sentí nada especial. Lo dejé allí y nunca oí
una palabra sobre eso. Puede que nadie lo haya encontrado. Sólo los buitres.
Había algo de verdad en aquello, Perry, efectivamente, había conocido en las
circunstancias descritas a un negro llamado King. Pero si el hombre estaba por entonces
muerto, no era por obra de Perry: él nunca alzó la mano contra él. Si fuera por el, King estaría
todavía tumbado en algún lugar, abanicándose y consumiendo cerveza.
-¿O es que no lo mataste? ¿O es que no fue como me dijiste? -había preguntado
entonces Dick.
Perry, como mentiroso, dejaba mucho que desear: no era ni astuto ni fecundo. Pero
cuando contaba un cuento, generalmente sabía mantenerlo, por lo cual comentó:
-Pues claro que lo maté... Sólo que... un negro no es lo mismo. -Y luego había
agregado-: ¿Sabes lo que me roe el cerebro? ¿De lo otro? Que no me lo creo..., que no creo
que nadie pueda salirse así, con tanta facilidad, de una cosa como ésa.
Y sospechaba que Dick tampoco. Porque Dick estaba también cargado de ciertas
aprensiones místico-morales de Perry. Por lo menos en gran parte. Así que dijo:
-Y ahora basta. Cállate.
El coche se puso en marcha. Delante, a una treintena de metros, un perro trotaba a un
lado de la carretera. Dick tomó de pronto aquella dirección. Era un vulgar perro viejo, sarnoso
y de huesos frágiles. El encontronazo cuando el coche lo embistió no fue mucho mayor que el
que hubiera producido un pájaro. Pero Dick se sintió satisfecho:
-¡Bravo! -exclamó.
Eso era lo que decía siempre después de haber atropellado a un perro, cosa que no
dejaba nunca de hacer si se le presentaba la ocasión .
-¡Bravo! ¡Le dimos de pleno!
Pasó la fiesta de Acción de Gracias y la temporada del faisán llegó a su fin pero no
llegaba a desvanecerse el soleado veranillo con su serie de días límpidos y claros. El último
de los periodistas forasteros, convencido de que el caso no iba a resolverse nunca, se fue de
Garden City. Pero la gente de Finney County, o por lo menos los parroquianos asiduos del
mejor punto de reunión de Holcom, el Café Hartman, no lo consideraba de ningún modo
cerrado.
-Desde la desgracia, hemos trabajado todo cuanto podíamos -ccomentó la señora
Hartman, paseando la mirada en torno de sus bien aparejados dominios, cuyos huecos
74