El más joven de los agentes del KBI, Harold Nye, inquieto hombrecillo de treinta y
cuatro años, de ojos inquietos y desconfiados, nariz, barbilla e inteligencia agudas, tenía la
misión, que él llamaba «ese condenado y delicado asunto», de entrevistar al clan Clutter
entero.
-Es penoso para mí y penoso para ellos. Cuando hay en juego asesinatos, no se pueden
tener muchas consideraciones con el dolor personal. Ni con la intimidad. Ni con los
sentimientos personales. Hay que hacer preguntas. Y algunas hieren profundamente.
Pero ninguna de aquellas personas a quienes interrogó, ninguna de las preguntas que
hizo («Indagaba respecto a la cuestión afectiva. Pensé que quizá la respuesta fuera otra mujer:
un triángulo. Bueno, considerando los hechos, el señor Clutter era un hombre sano,
relativamente joven, pero su mujer era casi una inválida, incluso dormía en otra
habitación...») le proporcionó una sola información útil. Ni siquiera las dos hijas podían
sugerir el menor motivo para el crimen. En resumen, Nye sólo consiguió enterarse de esto:
«De toda la gente que hay en el mundo entero, los Clutter eran quienes menos probabilidades
tenían de ser asesinados.”
Al terminar el día, cuando los tres agentes se reunieron en el despacho de Dewey, se vio
que Duntz y Church habían tenido mejor suerte que Nye, Hermano Nye, como le llamaban los
demás. (Los miembros del KBI tienen debilidad por los apodos: a Duntz le llaman Viejo,
injustamente porque todavía no llega a los cincuenta, es fornido pero ágil y con una cara
ancha de gato, y a Church, que tiene ya unos sesenta, es de piel rosada y aspecto profesional,
aunque «duro», según sus colegas, además de «la pistola más rápida de todo Kansas», le
llaman Rizos, porque es casi calvo.) Ambos, en el curso de sus investigaciones habían
obtenido «prometedoras pistas».
La de Duntz hacía referencia a un padre e hijo que llamaremos Juan el Viejo y Juan el
Chico. Unos años atrás, Juan el Viejo había concertado con el señor Clutter una pequeña
transacción comercial cuyo resultado había encolerizado a Juan el Viejo, convencido de que
Clutter le había hecho una mala jugada. Tanto Juan el Viejo como Juan el Chico, eran
bebedores empedernidos; es más, con frecuencia Juan el Chico daba con sus huesos en la
cárcel por alcohólico. Un desafortunado día, pad