Entonces, como interesado en su reacción miró a los detenidos, de pie ante él, unidos
por las esposas a sus respectivos guardianes. Impasibles, le devolvieron la mirada hasta que
reanudó la lectura y leyó los siete cargos que seguían: otras tres condenas para Hickock y
cuatro para Smith.
-... y lo condenamos a muerte.
Cada vez que llegaba a la sentencia Tate la pronunciaba con voz tétrica y cavernosa,
que parecía el eco del lúgubre silbido del tren que se alejaba. Luego, despidió al jurado
(«Cumplieron valientemente con su deber») y los condenados fueron sacados de la sala. Al
llegar a la puerta, Smith le dijo a Hickock:
-¡No tenían corazón de gallina, ésos, no!
Ambos rieron ruidosamente y un fotógrafo los fotog