A SANGRE FRIA | Page 194

Al de Oklahoma, el discurso de Green le había parecido «fanático y brutal». -Decía la verdad -contestó Parr-; la verdad puede ser brutal. Si me permites la frase. -Pero no tenía por qué pegar tan duro. Es injusto. -¿Qué es injusto? -El proceso entero. Esos chicos no tienen ninguna posibilidad. -Buena posibilidad le dieron a Nancy Clutter. -Perry Smith. Santo Dios. Ha tenido una vida tan perra... Parr dijo: -Más de un hombre puede contar historias tan lastimeras como las de ese hijo de perra. Yo incluido. Quizá yo beba demasiado, pero te juro que en mi vida maté a cuatro personas a sangre fría. -Ya, y lo de ahorcar al hijo de perra, ¿qué? También eso se hará con una puñetera sangre fría. El reverendo Post, oyendo la conversación, intervino: -Bueno -dijo haciendo circular una fotografía que representaba la imagen de Jesucristo pintada por Perry Smith-, un hombre capaz de pintar eso, no puede ser ciento por ciento perverso. Aun así es difícil decidir qué se debe hacer. La pena de muerte no es la respuesta; no le da al pecador tiempo de acudir a Dios. A veces me desespera. Era un individuo jovial, con dientes de oro, cabellos plateados y pico de viudo. Repitió con calor: -A veces me desespera. A veces creo que el viejo Doc Savage tuvo la mejor idea. El Doc Savage a que se refería era un héroe de novela muy popular entre los adolescentes de la generación pasada. -Si lo recordáis, Doc Savage era una especie de Supermán. Competente en todos los campos: medicina, ciencia, filosofía y arte. No había casi nada que el viejo Doc no conociera o no pudiera hacer. Uno de sus proyectos fue librar al mundo de criminales. Primero compró una enorme isla en el océano. Luego él y sus ayudantes (contaba con un ejército de ayudantes especializados) secuestraron a todos los criminales del mundo y los llevaron a la isla. Y Doc Savage les operó el cerebro. Les quitó la parte donde se forman las ideas perversas. Y cuando se recobraron, todos se habían convertido en ciudadanos honrados. No podían cometer crímenes porque aquella parte de su cerebro había desaparecido. Ahora pienso que quizá una operación quirúrgica fuera la verdadera solución de... Una campana, señal de que el jurado regresaba, le interrumpió. Las deliberaciones del jurado habían durado cuarenta minutos. Muchos espectadores, previendo una rápida decisión, no habían abandonado sus sitios. Sin embargo, hubo que ir a buscar al juez Tate a su finca, ya que había ido a dar de comer a sus caballos. Una toga negra endosada a toda prisa ondeaba alrededor de él a su llegada, pero con solemne calma y dignidad preguntó: -Señores del jurado, ¿han otorgado su veredicto? -Sí, Señoría -contestó el presidente. El alguacil del tribunal llevó al juez el veredicto sellado. Los silbidos de una locomotora, el estruendo del expreso de Santa Fe que se acercaba, penetraron en la sala. La voz de bajo de Tate se entremezcló con la estridencia de la locomotora al leer: -Cargo primero. Nosotros, miembros del jurado, declaramos al acusado Richard Eugene Hickock, culpable de asesinato en primer grado y lo condenamos a muerte. 194