A SANGRE FRIA | Page 173

River Valley. La propiedad había sido arrendada a un hacendado de Oklahoma y a partir de entonces allí iban a vivir y trabajar gentes desconocidas. A medida que la subasta avanzaba, los bienes terrenales de Clutter desaparecían poco a poco. Paul Helm, recordando el entierro de la familia asesinada, dijo: -Es como un segundo funeral. Lo último en desaparecer fue el contenido del corral, en su mayoría caballos, incluida la yegua de Nancy, la enorme y gorda Babe, cuyos mejores años habían pasado ya. Acababa la tarde, la escuela había terminado y varios compañeros de Nancy se hallaban entre los espectadores, cuando comenzaron las ofertas por la yegua. Susan Kidwell estaba allí. Sue, que había adoptado otro de los favoritos de Nancy, un gato, hubiera querido poder dar un hogar a Babe, porque quería a aquella vieja yegua y sabía lo mucho que Nancy la había querido. Las dos habían montado juntas muy frecuentemente en el ancho lomo de Babe y trotado a campo traviesa por los trigales en las calurosas tardes de verano, bajando al río, haciendo que la yegua anduviera por el río contra corriente hasta que una vez, como contaba Sue, «las tres nos quedamos fresquitas como peces». Pero Sue no tenía sitio para su caballo. -Oí cincuenta... sesenta y cinco... setenta... El remate se demoraba. Nadie parecía querer realmente a la yegua y el hombre que por fin se la quedó, un granjero menonita que dijo que la pondría en el arado, pagó por ella setenta y cinco dólares. Cuando la sacaban del corral, Sue Kidwell corrió y levantó la mano como para decirle adiós pero tuvo que llevársela a la boca. El Telegram de Garden City, en la víspera de la apertura del proceso, publicó el siguiente editorial: «Algunos pensarán que los ojos de la nación entera estarán fijos en Garden City durante este sensacional proceso. Pero no es así. Sólo a ciento cincuenta kilómetros más al oeste, en Colorado, pocas personas saben del caso algo más que ciertos miembros de una destacada familia fueron asesinados. Triste comentario a la situación del crimen en nuestra nación. Desde que los cuatro miembros de la familia Clutter fueron asesinados el otoño pasado, varios casos de asesinato múltiple han ocurrido en distintas partes del país. En los pocos días que han precedido a este proceso, por lo menos tres casos de asesinato en masa han usufructuado los titulares. Como resultado, este crimen y proceso no es más que uno de tantos casos que la gente leyó en el periódico y ha olvidado ya...” Aunque los ojos de la nación no estuvieran puestos en ellos, los principales participantes en el acontecimiento, desde el archivero del tribunal hasta el juez, estaban pendientes de su propio comportamiento y aspecto la mañana de la primera convocatoria. Los cuatro abogados lucían trajes nuevos, y los nuevos zapatos de los enormes pies del fiscal del distrito crujían y gemían a cada paso. Hickock iba también pulcramente vestido con ropas proporcionadas por sus padres: pantalones ajustados de sarga azul, camisa blanca, angosta corbata azul marino. Sólo Perry Smith, que no tenía ni corbata ni chaqueta, parecía fuera de lugar. Con una camisa de cuello abierto (prestada por la señora Meier) y tejanos con el bajo arrollado, su aspecto era tan desolado y absurdo como el de una gaviota en un trigal. La sala de la audiencia, una estancia sin pretensiones situada en el tercer piso del Palacio de Justicia del condado de Finney, tiene deslucidas paredes blancas y muebles barnizados de oscuro. Los bancos para el público dan cabida a unas ciento sesenta personas. El jueves 22 de marzo por la mañana, los bancos estaban ocupados exclusivamente por los residentes masculinos del condado de Finney convocados con vistas a la selección del futuro jurado. No muchos de los ciudadanos convocados parecían ansiosos por participar (un jurado en potencia, hablando con otro le dijo: «No podrán usarme. No oigo muy bien.» A lo que su 173