River Valley. La propiedad había sido arrendada a un hacendado de Oklahoma y a partir de
entonces allí iban a vivir y trabajar gentes desconocidas. A medida que la subasta avanzaba,
los bienes terrenales de Clutter desaparecían poco a poco. Paul Helm, recordando el entierro
de la familia asesinada, dijo:
-Es como un segundo funeral.
Lo último en desaparecer fue el contenido del corral, en su mayoría caballos, incluida la
yegua de Nancy, la enorme y gorda Babe, cuyos mejores años habían pasado ya. Acababa la
tarde, la escuela había terminado y varios compañeros de Nancy se hallaban entre los
espectadores, cuando comenzaron las ofertas por la yegua. Susan Kidwell estaba allí. Sue, que
había adoptado otro de los favoritos de Nancy, un gato, hubiera querido poder dar un hogar a
Babe, porque quería a aquella vieja yegua y sabía lo mucho que Nancy la había querido. Las
dos habían montado juntas muy frecuentemente en el ancho lomo de Babe y trotado a campo
traviesa por los trigales en las calurosas tardes de verano, bajando al río, haciendo que la
yegua anduviera por el río contra corriente hasta que una vez, como contaba Sue, «las tres nos
quedamos fresquitas como peces». Pero Sue no tenía sitio para su caballo.
-Oí cincuenta... sesenta y cinco... setenta...
El remate se demoraba. Nadie parecía querer realmente a la yegua y el hombre que por
fin se la quedó, un granjero menonita que dijo que la pondría en el arado, pagó por ella setenta
y cinco dólares. Cuando la sacaban del corral, Sue Kidwell corrió y levantó la mano como
para decirle adiós pero tuvo que llevársela a la boca.
El Telegram de Garden City, en la víspera de la apertura del proceso, publicó el
siguiente editorial: «Algunos pensarán que los ojos de la nación entera estarán fijos en Garden
City durante este sensacional proceso. Pero no es así. Sólo a ciento cincuenta kilómetros más
al oeste, en Colorado, pocas personas saben del caso algo más que ciertos miembros de una
destacada familia fueron asesinados. Triste comentario a la situación del crimen en nuestra
nación. Desde que los cuatro miembros de la familia Clutter fueron asesinados el otoño
pasado, varios casos de asesinato múltiple han ocurrido en distintas partes del país. En los
pocos días que han precedido a este proceso, por lo menos tres casos de asesinato en masa han
usufructuado los titulares. Como resultado, este crimen y proceso no es más que uno de tantos
casos que la gente leyó en el periódico y ha olvidado ya...”
Aunque los ojos de la nación no estuvieran puestos en ellos, los principales
participantes en el acontecimiento, desde el archivero del tribunal hasta el juez, estaban
pendientes de su propio comportamiento y aspecto la mañana de la primera convocatoria. Los
cuatro abogados lucían trajes nuevos, y los nuevos zapatos de los enormes pies del fiscal del
distrito crujían y gemían a cada paso. Hickock iba también pulcramente vestido con ropas
proporcionadas por sus padres: pantalones ajustados de sarga azul, camisa blanca, angosta
corbata azul marino. Sólo Perry Smith, que no tenía ni corbata ni chaqueta, parecía fuera de
lugar. Con una camisa de cuello abierto (prestada por la señora Meier) y tejanos con el bajo
arrollado, su aspecto era tan desolado y absurdo como el de una gaviota en un trigal.
La sala de la audiencia, una estancia sin pretensiones situada en el tercer piso del
Palacio de Justicia del condado de Finney, tiene deslucidas paredes blancas y muebles
barnizados de oscuro. Los bancos para el público dan cabida a unas ciento sesenta personas.
El jueves 22 de marzo por la mañana, los bancos estaban ocupados exclusivamente por los
residentes masculinos del condado de Finney convocados con vistas a la selección del futuro
jurado. No muchos de los ciudadanos convocados parecían ansiosos por participar (un jurado
en potencia, hablando con otro le dijo: «No podrán usarme. No oigo muy bien.» A lo que su
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