A SANGRE FRIA | Page 156

-¿Y cuándo los amordazasteis? -En ese momento. Empezamos por la señora Clutter. Le dije a Dick que me ayudara... porque no quería dejarlo solo con la muchacha. Corté la cinta a tiras y Dick las pegó alrededor de la cabeza de la señora Clutter como si fuera una momia. Le preguntó: «¿Por qué sigue llorando? Nadie le hace daño.» Y apagando la lamparita de noche dijo: «Buenas noches, señora Clutter. Duérmase.» Entonces me dice mientras íbamos por el pasillo hacia la habitación de Nancy: «Voy a tirarme a esa chiquita.» Puse una cara como si no creyera haber oído bien. Y dice: «¿Y a ti qué te importa? Carajo, hazlo tú también.» Bueno, eso es algo que desprecio. A los que no se pueden dominar sexualmente. Cristo, me dan asco esas cosas. Le dije sin rodeos: «Déjala en paz. Si no te las tendrás que ver conmigo.» Aquello lo irritó de veras pero se dio cuenta de que no era el momento de pelear y dijo: «Muy bien, rico. Si tú lo quieres.» El resultado fue que no la amordazamos. Apagamos la luz del pasillo y fuimos al sótano. Perry vacila. Quiere hacer una pregunta pero hace una afirmación: -Apuesto a que nunca dijo que quería violar a la chiquilla. Dewey lo admite pero añade que, salvo por la versión expurgada de su propia conducta, la historia de Hickock coincide con la de Smith. Varían algunos detalles, el diálogo no es idéntico, pero, en sustancia, los dos relatos, por lo menos hasta entonces, se corresponden. -Puede. Pero ya sabía que no había contado lo de la chica. Hubiera apostado la camisa. Duntz dice: -Perry, he venido prestando atención a las luces. Si no me equivoco, cuando apagasteis la luz de arriba, la casa se quedó completamente a oscuras. -En efecto y no las volvimos a encender. Sólo la linterna. Cuando fuimos a amordazar al señor Clutter y al chico, la linterna la llevaba él. Antes de que lo amordazara, el señor Clutter me preguntó, y ésas fueron sus últimas palabras, quiso saber cómo estaba su mujer, si estaba bien. Y yo le dije que sí, que muy bien, que estaba a punto de dormirse y le dije también que no faltaba mucho para la mañana, que entonces alguien los encontraría y que entonces todo, yo y Dick y todo aquello, les parecería un sueño. Y no es que le estuviera tomando el pelo. Yo no quería hacerle daño a aquel hombre. A mí me parecía un señor muy bueno. Muy cortés. Lo pensé así hasta el momento en que le corté el cuello. -Aguarde. He perdido el hilo -Perry tuerce el gesto, se frota las rodillas, las esposas tintinean-. Después ¿sabe?, después de amordazarles, Dick y yo nos fuimos a un rincón. Para hablar. Recuerden que Dick y yo habíamos tenido diferencias. Se me revolvía el estómago al pensar que había sentido admiración por él, que me había tragado todas sus fanfarronadas. Le dije: "Bueno, Dick. ¿No sientes escrúpulos?" No me contestó. Le dije: "Déjalos vivos y no será poco lo que nos echen. Diez años como mínimo." Tenía el cuchillo en la mano. Se lo pedí y me lo entregó. Le dije: "Muy bien, Dick. Vamos allá." Pero yo no quería decir esto. Yo sólo quería fingir que le tomaba la palabra, obligarlo a disuadirme, forzarlo a admitir que era un farsante y un cobarde. ¿Sabe? Era algo entre Dick y yo. Me arrodillé junto al señor Clutter y el daño que me hizo me recordó aquel maldito dólar. El dólar de plata. Vergüenza. Asco. Y ellos me habían dicho que no volviera nunca a Kansas. Pero no me di cuenta de lo que había hecho hasta que oí aquel sonido. Como de alguien que se ahoga. Que grita bajo el agua. Le di la navaja a Dick y le dije: "Acaba con él. Te sentirás mejor." Dick probó o fingió que lo hacía. Pero el hombre aquel tenía la fuerza de diez hombres, se había soltado, y tenía las manos libres. A Dick le entró pánico. Quería largarse de allí. Pero yo no lo dejé. El hombre iba a morir de todos modos, ya lo sé, pero no podía dejarlo así. Le dije a Dick que cogiera la linterna y lo enfocara. Cogí la escopeta y apunté. La habitación explotó. Se puso azul. Se 156