Desde la calle de los Pescadores , actual Numa Pompilio Llona , y extendiéndose por la calle de la Orilla , una hermosa avenida improvisada de mangos y pomarrosa se alegraba con el parloteo interminable de loros de vistosos plumajes .
Imaginemos los amplios vestidos que a las mujeres cubrían de los tobillos hasta el cuello en las cálidas tardes guayaquileñas y los varones que para mantener la moda vestían saco chaleco y corbatín .
Sin embargo , en medio de los calores , a la sombra de algún mango oloroso había un aire de encanto en la vida urbana . Más tarde en su casa a la hora de la oración – más o menos a las siete , había otra taza de chocolate , esta vez con bizcochos .
Si alguna reunión se daba , había cuidado en quemar unos cartoncitos perfumados de lavanda que venían desde Francia parta disimular el fuerte olor de las maderas , acentuados por la humedad del invierno .
Por las calles oscuras , quienes tenían algún rango de representatividad , acudían a una tertulia con el Corregidor , o del Deán o de quien tuviera más títulos en la ciudad , reunión que por lo general duraba “ hasta la hora de las Animas ” aproximadamente a las 9 de la noche para llegar a sus casas “ a la hora de la queda ” que era a las diez , en que el sereno gritaba “ apaguen el fuego de los fogones , ya son las diez ”
Las creencias más disímiles se mezclaban con la fe . La gente parecía vivir un encanto de extraña fantasía .
54