Hablar de la vida de Omar es también
retratar a su madre y a su abuelo para hacer
una retrospectiva del camino andado.
“Mi abuelo tomaba solo lo necesario
para vivir” –comenta Omar mientras
sigue el plano secuencia de una mujer
bellísima acercándose–, entre soñadora
y guerrera, doña Guadalupe Vinueza,
madre de Omar nos permite ver a su
personaje favorito: “Mi padre era
partero. Por su vocación de ayudar a
nacer protegía a los chorongos, loros,
guatusas que llegaban a la finca. Si
cortaban la madera dejando sin casa a
los
pajaritos,
nosotros
les
trasladábamos a los árboles que mi
papá sembraba. De él aprendí el oficio
de la carpintería, a trabajar con
machete, hacha y motosierra”.
Luego se sienta junto a nosotros y mira
como en una panorámica: “Después de
tanto trabajo ahora recién podemos ver
las bases sembradas”.
“En cinco años veremos la primera
parte, en diez años las primeras
chontas ya habrán crecido. Me
motiva el empeño y dedicación de
mis hijos en la finca. La ciudad está
cada vez más contaminada, si yo no
trabajo la tierra ¿qué me queda? ¿ver
la tele todo el tiempo? Aquí hablo
con las plantas, sé cuando los
limones, chirimoyas, guayabas, se
entristecen y les pongo agüita”
–sonríe doña Guadalupe que acaba
de llegar de su trabajo en la ciudad-
Los dejamos con un plano general de
Omar fijando el ángulo exacto de
frente a las montañas azules. Allí
estará su nueva casa pero antes
–como en la fotografía- hay que
hacer cada cuadro, es decir, trabajar
la tierra.