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i EL CUADRO

Las ruedas del Austin negro chirriaban al girar sobre el asfalto de Burlington Garden , esquina con Cork Street . La frenada del taxi devolvió a William a su entorno natural . Había llegado , estaba en casa ; el tiempo del viaje de vuelta lo había dedicado a repasar , una y otra vez , las circunstancias del acuerdo cerrado en Ginebra . Este era el momento de terminar y poner en marcha su plan ; el objetivo no era otro que el de lograr el mejor precio y adjudicar la obra conseguida al cliente dispuesto a llenar su estancia con un fragmento de la historia universal .

Cerró la puerta de su casa con el talón , dejó caer la maleta en un rincón y el abrigo en el sillón del recibidor .
Se dirigió a la cocina , puso la máquina de café en marcha , conectó el tocadiscos y el ambiente del salón se llenó con las notas de las Gnossiennes .
Esa composición de Erik Satie era su preferida siempre que regresaba de viaje y este había conseguido los resultados apetecidos . Solo entonces se permitía el placer de escucharla .
La casa estaba vacía y el servicio disfrutaba de su día de permiso . La situación , pues , resultaba ideal para sus propósitos : no contestar preguntas indiscretas y tomarse el tiempo necesario para concederse la calma que tanto su cuerpo como su mente exigían .