3er Reencuentro Generacional FCC REVISTA DE REENCUENTRO | Page 10
Sin aire…
Hacía siete noches la catalepsia dejó su
cuerpo rígido, paralizado, sin signos vitales, con
una palidez cadavérica. Estaba muerta en vida,
pero era una muerte aparente nada más.
De manera vaga, como entre sueños, re-
cordaba el diálogo del doctor con sus familiares.
Porque sí escuchó, pero no pudo reaccionar.
Eran tres días en que no tenía signos vitales, y
comenzaba a oler mal. Porque además en la ma-
drugada, inconsciente, no tuvo control de sus
esfínteres, defecó en la cama y orinó varias ve-
ces antes de que amaneciera.
“La señora murió, ahora sí. Ya es dema-
siado tiempo sin que tenga signos vitales. Lo la-
mento mucho”, dijo el doctor.
Volvió a la realidad y comenzó a convul-
sionarse otra vez. Como pudo al terminar la crisis
empezó a respirar profundo y a tratar de tranqui-
lizarse.
Le dolía que nunca más podría ver ni
abrazar a sus hijos, ni a nadie.
Empezó a llorar, a sollozar, a suspirar, lle-
na de melancolía y coraje.
Se dio cuenta que ya no iba a salir.
Todo se le desvaneció.
Sintió náuseas y no se pudo contener. Vo-
mitó sobre sí misma y se estaba ahogando, pero
en el último segundo pudo volver a respirar, a
pesar del hedor de los jugos gástricos del vómi-
to.
Desfalleciente, volvió a convulsionarse y
se golpeó en la cabeza otra vez. Eran la angustia
y la desesperación de quien se siente cerca de la
muerte.
“¡No me quiero morir!”, gritó con las fuer-
zas que le quedaban.
Afuera, nadie la escuchó.
Luego le ganó la somnolencia.
Entrelazó las manos para seguir rezando,
agonizante.
Entonces dejó de resistirse. Estaba sofo-
cada, agobiada y confundida por el aire enrareci-
do. Se le acabó el oxígeno, poco a poco se asfi-
xió, y perdió el sentido para siempre…
Ignacia Aguilar fue enterrada viva. Años
después, en 1922, su tumba fue abierta porque
había expirado el título de propiedad en el pan-
teón. Nadie se presentó para reclamar los restos.
Pero el cuerpo fue encontrado boca abajo, mo-
mificado, con las manos entrelazadas y cubrién-
dose en parte el rostro como si estuviera rezan-
do, pero con sangre seca en las uñas, en la fren-
te y en la cara.
Años después, cuando los expertos anali-
zaron su cadáver momificado, determinaron que
padecía catalepsia. Había sido sepultada cinco
días después de que la encontraron inmóvil y sin
signos vitales en su cama. Nadie sospechó que
aún vivía.
Hoy su cuerpo reposa en el Museo de las
Momias de Guanajuato, y da cuenta del horror,
el sufrimiento, la desesperanza y la tristeza in-
mensa de ser sepultado vivo…