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MERCÉ SANCHIZ ESPAÑA
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¡En España! Que pertenece a la zona del mundo, Europa, que más democrática, igualitaria, avanzada, etc., se cree. En realidad lo que se creen los europeos, salvo honrosas excepciones, es el ombligo del mundo y en éste, como en otros muchos asuntos sociales, no es más que una vieja alianza de oligarcas, pudriéndose en su arrogancia y arrebatándonos a la ciudadanía todos aquellos derechos que tanto nos costó conseguir no hace muchos años.
No se puede negar que existen leyes, instituciones, programas de concienciación, ayudas sociales, etc., en torno a esta situación. Pero mientras la educación en la escuela y en la casa, y más que nadie, las propias mujeres, no cambiemos de actitud y de sentir, todo lo demás no tendrá la utilidad que se espera. Mientras una mujer maltratada, retire la denuncia en cuanto su “macho”, (permítanme que así lo denomine, puesto que me produce rechazo llamarle hombre), le jure que no lo volverá a hacer, la situación no cambiará. Mientras (según algunas encuestas) las chicas jóvenes estudiantes en Institutos de Secundaria, consideren que por amor se puede pegar a una mujer, estamos todos y todas perdidos.
Las mujeres debemos valorarnos y que se nos valore, al mismo nivel que al hombre, en el ámbito familiar, laboral, intelectual, cultural. En fin, debemos hacernos presentes como seres humanos femeninos, puesto que lo único que nos diferencia de los hombres es el sexo, porque por lo demás poseemos la misma inteligencia, la misma capacidad de trabajo, las mismas cualidades, que los seres humanos masculinos. Diría más, en algunas materias somos más capaces que ellos, de ahí el miedo y el rechazo que sienten algunos a hacernos el hueco en la vida que nos toca en justicia.
Una forma importante en mi opinión, para trabajar en pro de esa igualdad, es dejar de utilizar, tanto verbalmente, como por escrito, el lenguaje sexista que condena a las mujeres a la inexistencia, puesto que siempre hablamos o escribimos en masculino, incluso las mujeres, sin darnos cuenta, nos referimos a nosotras mismas en masculino. ¿Quién no ha oído decir a alguna chica, voy a estudiar para médico, o para arquitecto? Y es que es mucha la carga cultural que arrastramos, y la presión social (medios de comunicación, intelectuales, representantes políticos,…) que todavía hoy existe. Con lo fácil que sería decir: voy a estudiar para médica, o para arquitecta, o si se quiere: voy a estudiar medicina o arquitectura.
Les propongo que hagan una prueba: cualquier día en que tengan una reunión de trabajo, o con sus amistades, o si van a dar una conferencia o un curso, diríjanse a su auditorio en femenino todo el tiempo. Verán las caras raras que ponen ellos y ellas, verán que incluso alguien podrá decirle: pero, ¿qué te pasa? ¿Por qué hablas tan raro? Entonces ustedes podrán contestarles que ese desconcierto, esa incredulidad, son lo mismo que le pasa a una mujer cuando el que habla lo hace siempre en masculino, como si ella no estuviera presente, incluso cuando en el auditorio o en la reunión la mayoría son mujeres.
Y es que las palabras ponen nombre a los pensamientos y explican los sentimientos, y el lenguaje sexista no hace sino poner en la boca y en la voz, la discriminación que todavía experimentan nuestros cerebros y nuestros corazones.
Incluso la Real Academia de la Lengua Española sufre de androcentrismo cuando no quiere admitir los cambios que la sociedad está demandando.