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BRÍGIDA RIVAS ESPAÑA
Ellas trocaron sus risas en llanto mientras corrían a la casa con las manos empapadas en la sangre que fluía de la herida que la mayor se había hecho en la caída. Todos acudieron a consolarlas incluido el dueño del burro que no cesaba de decir: ¡Claro, claro, si es un burro entero! La chica, a pesar del dolor de la cura que le estaban practicando, quiso saber qué era un “burro entero”. Pero allí nadie osó explicárselo porque era una señorita. Además aquel día había entrado a descansar el veterinario de aquellos dos pueblos, que era un joven catalán muy serio. Sólo llevaba allí unos meses y la gente le tenía mucho respeto. Nadie se hubiera atrevido a hablar de ciertas cosas, por muy veterinario que fuera, y por más que estuviera destinado por la Providencia, a ser el novio de la joven, durante siete años y su marido durante cincuenta, por lo menos, que por lo más nunca se sabe.
Tampoco sabemos si ya se lo habrá explicado él mismo, porque esas cosas son muy feas y no se deben ni siquiera nombrar.
“Dedicado a la chica de la cabeza rota y al veterinario de aquellos dos pueblos en el cincuenta aniversario de su boda”