A unos pasos de que termine este año, al igual que en los anteriores la soledad abruma cada parte de mi cuerpo, pero esta vez quiero retroceder y averiguar ¿qué está mal?, ¿acaso el día a día me ha llevado en convertirme en un maquina más?, ¿es el entorno, o soy yo?
No quiero un fin de año más, viendo todo en color gris, en un rincón de la sala aferrada a mi filosofía pesimista, deseo creer que hay fe, que la esperanza existe, que es posible sonreír y abrazar muy fuerte a las personas que se aman, saber que están todo tiempo. Ver la luz de sol aun en invierno.
Como lo dije al inicio de este soliloquio, igual que el cambio de estación, el orgullo es silencioso, no logramos percibir los cambios, las palabras heladas, las miradas vacías, los abrazos petulantes, las sonrisas fingidas; nos refugiamos en creer que somos mejores que todos están mal, y cuando nos damos cuenta, estamos solos. Solos y disgustados aun con nosotros mismos.
Este año termina, y al menos yo, no estoy dispuesta a pasar corriendo frente a los escaparates, vivir con los ojos cerrados, viendo solo hacia adentro. Decido abrir mis brazos y dejarme ir en caída libre, ¿Qué puede salir mal?, al menos sabré que el orgullo no me detuvo a amar; y si es dignidad, al sentir cualquier impacto fuerte al caer, lo sabré.
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