2 Generaciones Número 6 | Page 24

24

Managua,

30-11-03

Cuando el sol y la humedad aprietan, siempre apetece un refresco. Un refresco es algo simple, barato, fácil de conseguir. Hay distintos tipos de refrescos, de cola, de naranja, de limón o frambuesa. Hay zumos naturales frescos, agua, batidos, té helado, gaseosa... Un largo paseo por la ciudad quemada, abrasada por el sol y con un asfalto irregular pero tan caliente, se mire desde donde se mire, como el astro rey, invitan al sudor. Los coches traquetean sobre viejos adoquines gastados y corren, sin respetar los cruces, sin cuidado. Las bocinas, de todo tipo de melodías y soniquetes estridentes, retumban en la cabeza. Un grupo de obreros buscan la sombra del árbol para refrescarse. Tengo mucha sed. Estos pies que me llevan ardiendo, se detienen en el último semáforo anterior a mi destino. En el centro de la calzada, entre los coches, un niño de unos 9 años, cargado con una caja de refrescos, que no son mas que bolsas de plástico llenas de líquido naranja, se acercó a mi. Descalzo, sucio, sudando a mares, pero con una sonrisa en la cara, y porqué no decirlo, en el corazón. Al menos esa es la impresión de quien os escribe.

-¿Mirinda, señor? Por ser para vos son cinco córdobas...

La sonrisa se mantuvo. Su pequeño cuerpo se dobló para dejar la caja en el suelo y ofrecerme una de aquellas bolsas. El trato se cerró y una moneda cambió de una mano a otra, recibiendo la primera lo pactado y la segunda, y pequeña, el pago.

-Gracias señor.

-Gracias.

La menuda sonrisa, cargó de nuevo su caja y volvió al centro del asfalto caliente, descalza. El semáforo me dio paso y a los dos metros, el primer sorbo del contenido de la bolsa, me devolvió a la infancia. Ese lugar-tiempo que no queremos olvidar y que siempre creemos cercano, por muy viejos que seamos. Era Mirinda, estoy seguro. Por ella pagué su precio al comerciante diminuto. Naranja dulce carbonatada con el poder de hipnotizar a quien la bebe y regresarlo a la niñez. A momentos que, imperturbablemente son felices, de juego, de recreo. Felicidad. Quizá sea algo que tarde mucho tiempo en conocer el vendedor de sonrisas. Juego. Juego si. Sortear coches, vender mas que sus hermanos. Recreo. Imposible.

Nadie, en sus sanos prejuicios, se cambiaría por aquel crío.

José Armando, que así se llama, nació para eso. Sus padres le enseñaron y está orgulloso de comer todos los días y de querer al papa y a la mama, como él los llama. Siete hermanos tiene y viven en una chabola frente a la carretera a Masaya, al Sur. Cada día lo veo y le alquilo una sonrisa y recuerdos, al módico precio de cinco córdobas.

DANIEL G. SANCHIZ ESPAÑA