Tal vez parezca simplista, pero es una realidad. Nuestros hábitos de consumo se han convertido en algo parecido a una competencia. No solo por que la obsolescencia programada ha obligado a las personas a comprar con mayor frecuencia, sino por que somos cómplices de aquellas compañías que utilizan millones de fórmulas publicitarias para hacernos pensar que esta compra no representa solo un bien material, si no que es una utópica proyección de nosotros mismos.
Además de muchas cosas, esta cultura
favorece los prejuicios, estigmas y división
de la sociedad. Pareciera que no es lo mismo conducir un auto compacto que un auto de lujo, que solo pueden comprar ciertas personas en el mundo por que su adquisición está restringida. ¿Lo que tenemos define nuestro valor?
¿Cuántas veces habremos pensado
que alguien es más “exitoso” por la ropa que viste, su código postal o su nuevo look? ¿Qué pasaría si un día caminando por uno de esos centros comerciales exclusivos nos topáramos con el Dalai Lama? Entonces no pensaríamos en qué viste, ni si tiene alguna arruga, o si usa sandalias… Seguramente por que lo asociamos con un ser profundamente espiritual. Y nosotros, ¿no lo somos? ¿O es solo que nos inclinamos hacia el lado físico o el interior a conveniencia?
A final de cuentas nuestro ritmo de consumo ha provocado el mayor derroche de recursos naturales de la historia.
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Educación y Reciclaje
“Del consumismo al reciclaje
hay solo un paso, la creatividad”