Mi amiga Claudia, me lo describe muy bien: el hombre está entre la felicidad y el pánico ante la inminente llegada de la responsabilidad de una nueva vida. Cuando un hombre se entera que será padre, puede sentir una alegría indescriptible pero también sentir confusión y temor por lo que viene.
Sin embargo, pienso que existen varios factores que influyen.
La edad por ejemplo, he visto a muchos jóvenes entre los 17 y los 25 años, adquiriendo la responsabilidad de convertirse en padres y, entre más joven se es, existe una mayor fluidez ante la vida. Cuando un hombre adquiere la responsabilidad de la paternidad a los treinta, o más allá de esa edad, todo adquiere matices de dramatismo. Quizá ya se es más consciente, o tal vez los años empiezan a pesar, en cuanto a experiencia se refiere. Los temores aumentan ante cualquier imprevisto y las cosas ya no son tan pasaderas como lo son a una edad temprana.
Otro factor es la economía. Si el futuro padre cuenta con un trabajo estable y bien remunerado, sus miedos disminuyen notablemente, ya que en estos tiempos de consumismo, ser padre es sinónimo de buen proveedor, aquel que satisface todas las necesidades materiales de sus hijos, a costa de todo. Trabaja doble turno, y muchas veces también los fines de semana. El padre no logra satisfacer las necesidades presentes, cuando ya le han sido creadas otras. Así se desgasta febrilmente, sin darse un respiro para disfrutar lo importante: la experiencia única de ver crecer a los hijos.
Los padres que logran vencer esta tradición tan arraigada en nuestra cultura, empiezan a compartir la alegría de la crianza y la educación de los hijos, involucrándose cada vez más en el ámbito emocional de la familia. Pero para ello tendrán que enfrentarse al tabú ancestral de que participar en la atención a los hijos los convierte en “mandilones”.
Afortunadamente cada vez son más los padres que toman cursos prenatales junto a sus esposas y se preparan, tanto para el momento del parto, como en los cuidados que requiere el bebé.
MÉXICO
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