En esta ocasión lo tiene fácil: Aquel señor con una carta en la mano, le está preguntando la dirección de Correos.
Mujer decidida y práctica le dice con una amable sonrisa: “Si, desde luego, véngase conmigo. Adonis, no da crédito a su buena suerte, caminando a dos pasos detrás de ella mientras admira el buen corte de su vestido, su firme caminar, y aspira su intenso perfume. Al pasar junto a una cafetería de mediana categoría, él, se le acerca y le pregunta
—¿Le parece bien aquí?
Ella no ve el movimiento de sus labios, pero intuye que aquel señor le vuelve a preguntar por Correos, y con la mayor naturalidad le dice: —
No se preocupe, yo le indico.
Ya han pasado dos calles, una plaza en diagonal, se han detenido en varios semáforos y han dejado atrás infinidad de cafeterías de todas clases, y la desconocida sigue caminando erguida sobre sus tacones, con la apostura natural del que se sabe observado. A él, ya le está dando que pensar aquella carrera a través de la ciudad. Precavido tantea su cartera en el bolsillo interior de su chaqueta y calcula su contenido en euros, y los posibles gastos que aquella aventura puede ocasionarle.
Decidido a no correr riesgos, se acerca a su guía y parándola en seco delante de una terraza de un café. —yo creo que aquí vamos a estar muy bien —le dice.
Diana le mira de frente muy sorprendida y afirma:
—Correos está dos calles a la derecha.
—¿Correos? —pregunta él extrañado.
Y continúa,
—Yo le pregunto si tomamos aquí esa copa, morena.
Ella que ahora lee en sus labios, enrojece de indignación mientras dice: “¿Qué se ha creído, mamarracho?
Usted lleva una carta en la mano y me pregunta por Correos. Yo me dirijo allí casualmente y le he dicho que me siga. ¿Qué ha pensado, fantoche? Está muy equivocado conmigo. Márchese antes de que le diga todo lo que podría decirle”. Él, sin salir de su asombro, intenta dar una disculpa, en un esfuerzo para reconducir la situación a un aspecto más acorde con aquella mañana de primavera.
También Diana hubiera deseado un desenlace más feliz para este encuentro en aquella mañana primaveral.
BRÍGIDA RIVAS ESPAÑA
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