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Pako Márquez - Los niños del Café

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Los niños del Café viven bajo los cerros cubiertos de niebla salada, en los valles de agua clara. Sus caritas son como las perlitas que maduran de la verde selva esmeralda, al rubí granada de las guacamayas. Canela y panela tiñen su piel morena. Como la obsidiana, sus ojos reflejan la calma de vivir entre las montañas.

Cada mañana se levantan con dulce amanecer y el amargo café. Comen tortilla churrascada, espolvoreada en el negro aliento de una taza peltreada azul encobaltada.

Cuando llega el invierno, es el momento que con sus regordeditos se apresuren a recoger las lágrimas coloradas de los matorrales, cubiertos de sombras por grandes árboles que protegen del viento, el Sol y el hambre.

Los niños del Café se levantan sin saber si la bolsa sube o baja, si está en Nueva York o al lado de sus casas. Los niños del Café no saben quien beberá de las yemas de sus dedos, quizá la primera dama, o el ama de casa, quizá otro niño, o un anciano en calma, puede que un ejecutivo estresado que toma café para acabar más alocado. Tampoco saben donde acabarán de despertar quienes de un sorbo abrirán sus ojos del sueño eterno que nos invade durante la noche para retornar a la amarga realidad.

Eso sí, en el aroma del café se palpa el amor que ponen en cada sonrisa que regalan cuando se levantan para recoger las bayas, que una vez despulpadas en los molinos, que no son de viento pero si esconden fantasías y deseos, son secadas con el aliento de las montañas y nos permiten despertar con el día de mañana.

Fotografía: Jense Van Bockstaele