1948 -May 1 | Page 15

Elogio de la subjetividad

Por. Fredy Gonzálo Nieto Betancourt

Leer un periódico buscando la línea editorial del mismo resulta, actualmente, un ejercicio arduo; o por lo menos más arduo que hace unas décadas. Para encontrarla -advertiría cualquier lector- hay que dirigirse al editorial y allí fácilmente se puede establecer la posición del diario frente a la coyuntura del momento.

La tarea se complica cuando se es testigo del exceso equilibrio de quienes pasean sus letras en el impreso. Con todo y que afuera del medio, la opinión pública conoce su posición política y, por ende, la económica y la cultural, es evidente que existe una reticencia a tomar posición, a ser subjetivos.

No tenían este problema quienes se presentaban a redactar las gacetas en la década del 40. Ante la crisis política iniciada por la renuncia del liberal A. López Pumarejo (1946), seguida por el ascenso trepidante de Gaitán (1947) que desencadenó en los hechos ya conocidos de 1948, los bandos políticos arrojaban cargas cada vez más tóxicas; el papel era la catapulta.

Ante la Marcha del Silencio, impulsada por Gaitán, El Siglo se apuró a señalar que los bogotanos que estaban de luto representaban:

“...la restauración de la negricia contra la blancura de la paz nacional”.

El Siglo, febrero 7 de 1948, pág. 4

El Tiempo se refirió al “caudillismo doctrinario” de Gaitán y Enrique Santos Montejo, quien firmaba como Calibán, destilaba palabras así:

“Con los gaitanistas en el palacio de los presidentes no quedaría ninguno de los fundamentos sociales y políticos que han hecho de esta una tierra amable. Yo no podría vivir con la catástrofe”.

El Tiempo, septiembre 25 de 1945, pág. 4

El gaitanista Jornada no escatimaba esfuerzos para relacionar a los conservadores con la iglesia. Para ellos:

“...la Radio Nacional emana un olor a sacristía”.

Jornada , febrero 19 de 1948, pág. 4

A pesar de que cada comentario, caricatura, y fotografía generaban una pizca más de odio en los militantes de cada partido, los periódicos se mostraban como eran en realidad: sin eufemismos de identidad ni ambigüedades partidistas. El contenido editorial, virulento por naturaleza, estaba cargado de ponzoña, sí, pero se podía confiar en la veracidad de la tinta; se podía confiar en que la lucha dependía del manejo de una imprenta y no del de la pólvora.

“El país político tiene rutas diferentes a las del país nacional. ¡Tremendo drama en la historia de un pueblo!” decía Gaitán. El verdadero drama es que los periódicos de la nación no dejen ver las intenciones políticas de quienes obtuvieron el mandato social, si es que éste todavía existe.