enorme admiración. «No se imagina lo extraordinaria que era», me dijo. «Usted no
habría resistido la tentación de escribir un cuento sobre ella.» Y prosiguió en el mismo
tono, con detalles sorprendentes, pero sin una pista que me permitiera una conclusión
final.
— En concreto, — le precisé por fin—: ¿qué hacía?
— Nada — me dijo él, con un cierto desencanto—. Soñaba.
Marzo 1980.
32 Gabriel García Márquez
Doce cuentos peregrinos