CORRESPONDIENTES
Era un gigante egoísta.
Los pobres niños no tenían ya sitio de recreo. Intentaron jugar en la carretera; pero la
carretera estaba muy polvorienta, toda llena de agudas piedras, y no les gustaba.
Tomaron la costumbre de pasearse, una vez terminadas sus lecciones, alrededor del alto
muro, para hablar del hermoso jardín que había al otro lado.
Entonces llegó la primavera y en todo el país hubo pájaros y florecillas. Sólo en el jardín
del gigante egoísta continuaba siendo invierno. Los pájaros, desde que no había niños,
no tenían interés en cantar y los árboles olvidábanse de florecer. En cierta ocasión una
bonita flor levantó su cabeza sobre el césped; pero al ver el cartelón se entristeció tanto
pensando en los niños, que se dejó caer a tierra, volviéndose a dormir. Los únicos que se
alegraron fueron el hielo y la nieve.
"La primavera se ha olvidado de este jardín", exclamaban, "gracias a esto vamos a vivir
en él todo el año".
La nieve extendió su gran manto blanco sobre el césped y el hielo revistió de plata todos
los árboles. Entonces invitaron al viento del Norte a que viniese a pasar una temporada
con ellos. El viento del Norte aceptó y vino. Estaba envuelto en pieles. Bramaba durante
todo el día por el jardín, derribando a cada momento chimeneas. " Éste es un sitio
delicioso", decía, "invitemos también al granizo".
Y llegó asimismo el granizo. Todos los días, durante tres horas, tocaba el tambor sobre la
techumbre del castillo, hasta que rompió muchas pizarras. Entonces se puso a dar vueltas
alrededor del jardín, lo más de prisa que pudo. Iba vestido de gris y su aliento era de
hielo.
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