Digital publication | Page 79

El titular de la cartera fue el navarro Tomás Rodríguez Arévalo, Conde de Rodezno. Tradicionalista acérrimo y ultrarreligioso, asumió no sólo la dirección de la Administración de Justicia, sino el control de todos los registros, las cárceles y los denominados “asuntos eclesiásticos”. Mientras, en octubre, se constituyó el primer Gobierno autónomo de Euzkadi con José Antonio Aguirre como lehendakari y plenipotenciario consejero de Defensa. La casi única misión de la estrenada autonomía vasca era ganar la guerra.  En tiempo récord, Euzkadi formó un Ejército y una Policía operativos (el germen de la Ertzaintza) y optó en noviembre por realizar una ofensiva sobre Vitoria.

 En la conocida como Batalla de Villarreal, las fuerzas vascorrepublicanas pecaron de desorganización y los franquistas no sólo obtuvieron una victoria militar, sino que pudieron asestar, ya en 1937, un contraataque muy duro y definitivo. Ya con el apoyo aéreo de Italia y, sobre todo, de la terrorífica Legión Cóndor nazi, la campaña del Norte fue la de los bombardeos continuados. Antes de Gernika, a finales de marzo Durango había sufrido una lluvia de bombas.

DIANA EN UN SELLO DE CORREOS. De hecho, ese mismo 25 de abril de 1937 alemanes e italianos continuaron con su rutina mientras se celebraba la reunión de Burgos. Aquel día el sanguinario Rudolf von Moreau atacó Bilbao. Se decía de Von Moreau, que no había cumplido los 25, que era capaz de hacer blanco “arrojando una china sobre un sello de correos” en una carrera. Tenía como “marca distintiva”, según Thomas y Morgan Witts, terminar cada ‘raid’ con una bomba de recuerdo, “una señal destinada a los que estaban en tierra para demostrarles que había sido el legendario Von Moreau el que los había bombardeado”.

Estas noticias, así como los ataques sobre Markina y otras localidades, las conocían perfectamente en Gernika, cuyo hospital de campaña no daba abasto para atender a los heridos en el frente. En la villa ya escaseaban los suministros. Las mafias mataban gatos para venderlos como si fueran conejos. En algunos lugares estratégicos del pueblo se habían construido refugios antiaéreos que luego se revelarían insuficientes.

Que el ataque podía ser inminente era una evidencia. Los republicanos planeaban ya trasladar a Bilbao la fábrica de armas Astra-Unceta, que era propiedad de un franquista pero que bajo vigilancia militar suministraba material al Gobierno legítimo. Y el lehendakari Aguirre había decidido enviar con urgencia a un asesor, a Francisco Lazcano, para asumir la defensa de Gernika por encima de su alcalde, José de Labauria.

El regidor del PNV accedió al cargo en sustitución de otro edil que se declaró franquista tras el golpe de Estado. Según Thomas y Morgan Witts, “por temperamento y formación, Labauria no era el hombre adecuado para estar al frente de la ciudad”.

Ni esto ni la llegada de Lazcano constan en el completo informe que el alcalde realizó tras el bombardeo y en el que explicaba que ya se habían adoptado algunas medidas como disponer de “seis refugios acabados y seis sin acabar” con capacidad para “3.500 personas”, sin contar el construido a título individual por el dueño de Astra-Unceta. El dirigente del pueblo también suspendió el partido de pelota previsto para aquella tarde. El mercado de todos los lunes, asimismo, no contó con la misma afluencia que otras semanas y al mediodía, unas horas antes de la llegada de la Legión Cóndor, ya se había retirado precipitadamente.

El alcalde desmonta también con datos objetivos otra de las incongruencias de la propaganda franquista. Los sublevados habían vendido a Hitler que estaban luchando contra los ‘rojos’. En la Bizkaia en la que se ensañaron los aviadores de la Wehrmacht, el comunismo y el anticlericalismo eran excepcionales. Es más, el PNV había ordenado controlar las iglesias contra los desmanes de algunos radicales de izquierdas y celebraba liturgias regularmente en memoria de los ‘gudaris’. “No supe que los comunistas tuvieron proyectada ninguna revolución armada”, escribió José de Labauria.

79