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La piscina fue también una clave de bóveda de la formación de los más jóvenes, siempre entre los objetivos del Judizmendi; desde aquellos que tan solo querían quitarle el miedo al agua y aprender a dar unas brazadas hasta los que estaban llamados a mejorar las marcas fijadas en los años anteriores en libres o en braza, en espalda, en mariposa o en estilos. Desde el club se señala que a lo largo de su historia han formado a más de medio centenar de miles de personas; de ellas, millares se mojaron por primera vez en San Prudencio.

¿Por qué unas instalaciones situadas tan a mano de los vitorianos resistieron apenas unos pocos años? “A finales de los años sesenta, sin haberse cumplido todavía una década desde que se inauguró la piscina cubierta, aparecieron las primeras muestras de insatisfacción provocadas por las limitaciones del complejo”, relata Arcediano. Las razones para este descontento del público eran varias y variadas. “Por ellas pasaban diariamente cerca del medio millar de personas para practicar la natación; sin embargo, la capacidad de sus vestuarios no daba para más de ciento cincuenta plazas”, abunda. Un documento que guarda la Fundación Sancho el Sabio refuerza estas afirmaciones: “En 1976, el alto coste de mantenimiento y la insuficiencia de espacio para absorber la demanda de usuarios aconsejaron su abandono”. La despedida se celebró por todo lo alto. En una jornada para la historia de la natación alavesa, desfilaron los nadadores que se habían entrenado en las aguas de San Prudencio, se sacaron los cronos para medir los tiempos en una prueba de relevos y más tarde, ya de  noche, se dejaron caer por el restaurante Achuri para poner el broche de oro a la cita. “Lo traumático que resultó en anteriores ocasiones el cierre de otras piscinas, ahora no hace mella en la moral del colectivo del Judizmendi. Sabían que sus planes de futuro estaban a buen recaudo con la Caja Provincial a la espera de la apertura de las nuevas instalaciones”, zanja un Arcediano convencido de que los veinticinco metros de piscina de la calle San Prudencio habían dado de sí todo lo que tenían que dar.

Es 2021 y han transcurrido ya 45 años desde que se desaguaron las piscinas de San Prudencio. Desde las ventanas de las viviendas que dan al interior, todavía se aciertan a dibujar, a entrever, las calles de la piscina; las corcheras que las delimitan y los poyetes que las encabezan; los pingüinos y las porterías de waterpolo. Allí, en pleno centro de la ciudad, nadaron, no hace todavía ni medio siglo, cientos de vitorianos. Son unas piscinas que ahora han quedado relegadas a ser un secreto más, uno de los muchos que esconde la calle de San Prudencio.

> Lo que queda de las piscinas de San Prudencio, con los emblemáticos pingüinos al fondo · Archivo del Territorio Histórico de Álava

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