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Animada,

sin estridencias

El ensanche decimonónico vitoriano tiene las dimensiones de un salón de estar. Lo que da de sí una desalineada proyección entre el eje de la Plaza de España y la portada del edificio de la estación ferroviaria. Eso es Dato. Una paralela a cada lado y cuatro transversales que la cortan. Eso es todo. Calle arriba, calle abajo. A media altura, haciendo la cruz, la de San Prudencio, que era la que realmente sostenía la gravedad de la vía principal. Un poco más agitada y moderna, sin llegar a casquivana, pero sin tanta pretensión señorial. San Prudencio lo contenía todo: el punto de clasicismo y la apertura a la modernidad. Todo sin excesos.

Un niño de barrio, de La Coronación, solo visitaba el lugar en ocasiones, o en domingos; era un espacio para otros. Uno de los pluriempleos de mi padre consistía en cobrar los recibos de la Asociación de Cultura Musical, que tenía su oficina en aquella calle, en el Teatro Principal. Así conoció los rellanos de las viviendas de nuestra burguesía local –unas “clases medias” con ínfulas- y también su educación y trato con los de más abajo. Yo le acompañaba a la garita cuando aquellos cultos vitorianos iban a recoger su pase antes del concierto si no habían satisfecho la cuota en su domicilio. Justo al lado había una piscina cubierta donde aprendí a nadar (o así).

Con esa intención, nos llevaban en rebaño desde el colegio Samaniego y, en cuanto conseguimos bracear sin hundirnos, nunca más volvimos. Y ni siquiera íbamos a los muchos cines que poblaban la calle: las matinales dominicales infantiles eran en el Ideal Cinema, una más arriba. De manera que el “salón de estar” fue para los suburbiales “sitio distinto” hasta tarde, hasta bien entrada su juventud. Igual hasta que asistimos una tarde noche en el Frontón Vitoriano del otro lado de la calle a un akelarre a cargo de un tal Telesforo Monzón en

Antonio Rivera

Catedrático

de Historia Contemporánea

Tribuna

años en que la agitación sociopolítica tenía también otros escenarios distintos de ese.

San Prudencio fue punto de arranque para algo diferente, pero solo para ellos, los vitorianos de siempre, los “vtv’s”.

Allí cerró, en 1974, con permiso del Círculo Vitoriano de Dato, el último escenario del tiempo lento y de la sociabilidad clasista del siglo XIX, el Café Iruña de la plaza del Arca. Y allí se abrió, en 1927, el primero del tiempo agitado y trato indiferenciado del siglo XX, el bar Gautxori. Luego, los cafés dieron paso a las sucursales de los bancos más importantes. Encima de ese cruce de calles, donde ahora domina “El Caminante”, cual atalaya privilegiada, tenía su estudio nuestro mejor pintor local, Díaz de Olano. Desde allí pintó un precioso “Chubasco”, que recorre Dato hasta su arranque, y desvela esa mezcla de tradición y modernidad de la ciudad en 1910: carretas de tiro y automóviles a motor, menestrales de blusa y señoras de traje a la

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