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Continúa el señor Ibáñez diciendo que la rendición de la ciudad se produjo por parte del “teniente coronel Barcaiztegui”, que estaba investido de los poderes suficientes “como así lo reconoce y acepta el general don Annibale Bergonzoli […] Solo me resta decir que la capacidad de este teniente coronel como militar, como negociador y, por último, como previsor antes de ingresar en el campo de prisioneros y después como prisionero, mi pluma no es capaz de describirlo”.

Nosotros no cuestionamos en absoluto que, una vez desaparecidos los jefes del Ejército del Norte (general Mariano Gámir y luego coronel Adolfo Prada), XIV o vasco (teniente coronel José Gállego) y XV o santanderino (teniente coronel José García Vayas), se delegase en un simple jefe de batallón la responsabilidad de rendir una ciudad como Santander que se había convertido aquel caluroso verano de 1937 en el epicentro y símbolo de la resistencia de la República en el norte, además de acoger a miles de personas que huyeron del País Vasco con lo puesto.

Ni tampoco la autenticidad de un relato que, a falta de uno, se apoya en dos testigos que se muestran precisos y fiables, y solo nos llama la atención la cuestión de la graduación de teniente coronel, que no había ostentado nunca hasta ese momento José Barcaiztegui, un teniente habilitado al grado de comandante intendente que de repente se vio al mando por mor de las circunstancias en que se presentó con su batallón en un momento en que no quedaba allí nadie con la más mínima moral de combate. Lo que engrandece el valor de su gesto es precisamente la gallardía de asumir semejante tarea cuando el barco hacía aguas por todas partes y los responsables políticos y militares buscaban desesperadamente una salida hacia Asturias.

Soldados del Garellano bromeando en el desaparecido cuartel de Basurto en una imagen que era común en el Bilbao de preguerra, ya que eran muchos los hijos de la villa que hacían allí el servicio militar (Fondo Bidasoa/Sancho de Beurko, AHE).

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