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los bilbaínos Martín Peña e Ignacio Moro. Se trata de dos de los cincuenta niños de la guerra que fallecieron en Carelia con la 3ª División de la Milicia del Pueblo de Leningrado. Sus cuerpos están enterrados en Syandeba, donde las monjas del monasterio cercano mantienen viva su memoria (fotos Asociación Sever).

En realidad, para los fineses no era más que la guerra de continuación (así se llamó precisamente, para diferenciarla de la anterior: Guerra de Invierno o Talvisota), un conflicto territorial por la disputa de Carelia con la Unión Soviética en el que Finlandia, el único país democrático que tuvo una alianza con la Alemania nazi, aprovechó la llamada Operación Barbarroja (la invasión de la Unión Soviética por parte de las fuerzas del Eje) para resolver a su favor la cuestión fronteriza, lanzando sus fuerzas a una ofensiva que pilló a los soviéticos entre dos fuegos.

Pero empecemos por el principio. Esta historia comenzó en 1937, durante la Guerra Civil Española, en los puertos de Santurtzi y Gijón, desde los que partieron hacia la URSS sendas expediciones de niños —2.565 más su personal de apoyo— al final del frente norte (de otras partes de la España republicana partirían más, pero de mucha menor entidad). Cuatro años después de su llegada, quedaban en Leningrado, la llamada ciudad de los zares (actualmente ha retomado su antiguo nombre de San Petersburgo), más de un centenar de muchachos y muchachas alojados en la casa de jóvenes del nº 49 de la calle Mozhaiskaya. Se trataba de los mayores de 14 años (con edades hasta los 18 años) que habían sido seleccionados por sus aptitudes para recibir una formación técnica o profesional.

Cuando, saltándose su pacto de no agresión, Adolf Hitler lanzó a sus divisiones contra la URSS el 22 de junio de 1941, el Ejército Rojo sufrió unas pérdidas incalculables en hombres y material y en Leningrado hubo que movilizar al pueblo, creándose en apenas un mes tres divisiones de milicias. Toda la ciudad se imbuyó del espíritu de las grandes gestas revolucionarias, que alcanzó a toda la población y tuvo grandísimo eco en todas las fábricas de su cinturón industrial en atención a la fuerza que allí tenía el movimiento obrero.

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