Un difuso sonido de cigarras
Cuando cae una hoja tiembla el universo
y el silencio de su caída nos aturde.
Un reino de algas acude en su auxilio
y un musgo ávido repone las resinas.
IV
El paisaje es sólo un señuelo
dada la gravedad de las hojas
y en las piedras se registran sus caídas.
Mana el fuego en sus raíces
y el bosque a duras penas guarda su equilibrio.
¿Qué orden asiste al celador
cuando en estas horas de fuego,
despabila su vigilia?
Las ansias de infinito
crepitan en la hojarasca
con un difuso sonido de cigarras.
A esta hora el bosque
desanda en un mapa desconocido,
signos pespunteados anuncian
pistas de aterrizajes, tramos carreteros y
puertos de escala
donde la nieve patina
el musgo de las estatuas,
otros códigos apuntan
líneas férreas,
caminos de recuas
y frágiles embarcaciones fluviales
donde se exasperan almácigos,
cardúmenes y resinas.
La estación tensa sus extremos
y una geografía inconclusa desborda sus límites.
En las raíces se cuecen sus memorias
y hornos de arcillas queman sus inciensos.
Lentamente el árbol recupera sus fauces
y arcos de luz reverdecen en el patio.
Las aves anudan sus hierbas,
los resinas detonan sus aromas,
las cigarras se borran en sus cantos
y se escuchan leves palabras
llevadas por el viento.
En las piedras quedan las huellas
de los peces y lanzas sepultadas.
El bosque entona sus acordes.