Zaguán Literario Zaguán Literario 06 | Page 60

expresión de sorpresa sin mirarme y segundos después siguió escribiendo desagradables como dulces al paladar. Recuerdo que tenía mucho frío. Era en esa tonta máquina de escribir. Nuestro hogar era pequeño, no era una el mes más helado del año. El viento te congelaba los huesos y el cielo mansión ni muchos menos un palacio, pero era perfecto para escondites, era turbio como ese café que mamá prepara en las mañanas. Volaba, si juegos de piratas cobardes y caballeros valientes. cerraba los ojos sentía que mis brazos forrados de prendas, a mi parecer “¡No puede ser!” Escuché decir a mamá enfadada. innecesarias, se sostenían en ese aire refrescante. “¡Eduardo! Ven para Caminé lento hacia ella, como si el piso estuviera lleno de bombas ocultas. acá”. Un hilo de voz llegó directo a mis oídos y esa orden me detuvo de “Eduardo se me olvidó echar esta carta al buzón, ¿podrías regresar y repente. Volteé a verla y le sonreí con una mueca llena de agujeros y dientes enviarla?” Cansado y con hambre, pero obediente, asentí de mala gana al que prometían o amenazaban con salir. Corrí hacia ella equilibrando mi ponerme de vuelta el gorro. “Y no me hagas esos ojos”. cuerpo fugaz en esas piedras frías y mojadas. Tomé su mano tibia y empecé Salí corriendo de mi casa, el perro amarrado al poste en espera de su dueña a mover los pies, marchando al compás de la ligera lluvia. seguía ahí, el vendedor de periódicos se calentaba con un pequeño cartón “Vamos Eduardo, debes estar tranquilo. No puedes andar por la vida como y los niños saltando la cuerda continuaban cantando. Todo seguía igual un demente y sobre todo en una ciudad llena de peligros” “¿Peligros?” y cotidiano. Entré al puente para atravesarlo y me detuve casi a la mitad. Pensé. Exactamente. Peligros y hazañas propias de un aventurero en busca Una joven mujer estaba sentada en uno de los bordes del puente que dan de temor y emoción. Como esas historias llenas de dragones, espadas y río abajo. Yo solo podía ver su espalda. Llevaba puesto un vestido blanco superhéroes que pueden volar. y su piel era tan blanca como la nieve. Seguro se moría de frío pensé, pero Caminamos otras tres calles y finalmente llegamos a la panadería, llena lo dudé porque no temblaba ni un poquito. Su postura era firme y parecía de delicias y olores que te hacen suspirar de lo exquisito que prometen no importarle la altura a la que la fina barda la sostenía. Opté por seguir ser. “¿Qué onda, Eduardo?” Don Felipe me sonrió con ese bigote canoso caminando. Vi hacia abajo y noté que había olvidado mis calentadores. y simpático que posaba sobre su sonrisa, igual de imperfecta que la mía, Frunciendo el ceño seguí marchando, volteé y vi que algo faltaba en el pero con unos adornos dorados. “Don Felipe, vamos a querer tres bolillos paisaje. Ella ya no estaba. Giré para ambos lados del puente y al parecer y de esas deliciosas gelatinas que hace Doña Laura”, le pidió mi madre. se había esfumado. No pudo haber caminado tan rápido y salir del puente Tuvimos la suerte de que no había mucha fila para pagar y salimos lo más en tan pocos segundos, pensé. Caminé deprisa porque mucha gente se rápido que pudimos antes de que llegara ese mar de gente que compra el aproximaba. Logré echar la carta al buzón más cercano y me dirigí a casa. pan para la merienda. Al entrar, mi padre aún seguía trabajando en no sé qué y mi madre Siempre tomábamos el mismo camino a casa: dos cuadras de la panadería preparaba el recalentado de bacalao. Me encerré en mi cuarto. Estaba a la derecha, una a la izquierda, y al pasar la postal atravesaríamos el callado y muy tranquilo. Eché todo mi cuerpo a la cama y me recosté un puente de concreto que une los extremos del mundo. O al menos del mío. rato. No dejaba de pensar en aquella mujer. ¿Dónde había ido? ¿Habrá Al entrar finalmente a ella sentí una cálida sensación de seguridad. Corrí volado? ¿Se podrá...? Pensaba en cómo ella lo había conseguido, cómo hacia papá lo besé y le dije: “¡Compramos gelatina!” Se limitó a hacer una puedes conseguir aquella extraordinaria habilidad. Tan extraordinaria 60 61 Caminaba por esas calles anchas, llenas de murmullos, risas y olores tanto