Tápate Levanté mi cabeza de mis brazos cruzados y abrí los ojos. Bultos borrosos
Elizabeth Téliz Martínez la computadora, risas en el otro escritorio, café sirviéndose en una taza y
y brillantes fueron tomando forma conforme mis párpados daban paso
a una luz intrusa. El sonido del teléfono, voces en el pasillo, tecleado en
pasos constantes de un lado a otro. Sus ojos, los noté de la nada. Estáticos
y bien clavados en mí. Moví el ángulo de mi mirada a otro lado, pero mi
vista rebotó de regreso a su rostro. Hizo algo, ancló mis pupilas en las
suyas y no me dejaba ir.
El timbre de un móvil rompió las cadenas y pude huir. Intenté prestar
atención a la voz en mi oído, pero algo a una distancia me lo impedía.
Nunca antes lo había visto: saco desgastado, camisa blanca percudida,
botón a punto de volar por una barriga, cabello alborotado y cejas que
se intentaban alcanzar sobre su nariz. Eché un reojo: seguía ahí. Unos
tacones comenzaron a acercarse a mi escritorio mientras que él seguía
mirándome. Las palabras en mi oído derecho se comenzaban a enredar
entre sí y el tacón sobre el piso empezó a sonar más fuerte. Las piernas
cubiertas con medias baratas robaron mi mirada; una detrás de otra se
movieron en cámara lenta al pasar justo a mi izquierda. –Tápate–, escuché
a la derecha, seguido por el agudo beep del fin de la llamada.
Volteé hacia atrás para ver marchar a las altas agujas con suela roja y
cubierta negra. Al regresar mi cabeza vi el registro de llamadas del celular;
la palabra “desconocido” encabezaba la lista. Al segundo me percaté de
que ni siquiera recordaba la conversación, pero la última palabra punzaba
en mi oído aún. Miré hacia el frente y ahora él estaba hablando con otro,
después vi hacia mi pecho. Un botón se había zafado de su ojal y la línea
entre ambos senos se hacía visible. Mis mejillas comenzaron a concentrar
justo en el centro. Mis dedos se movieron rápidamente para abotonar la
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un calor que fue moviéndose hasta mi estómago y se empezó a hundir