Abrazo de agua
En la punta de los dedos el viento. Un abrazo de agua. Vaivén somnoliento
con el sol en la punta de la nariz. Ella ayer soñó que se parecía demasiado a
la mujer que reflejaba el espejo. Eran los ojos, la forma de la cabeza, el mismo
remolino en el copete. Pero las comisuras de la boca no. Ni la celulitis en los
muslos. Ni el vientre que busca fugarse de su sitio, como ella, que quiere
huir de ella. De él. De todos. ¿En qué momento dejó de ser la más guapa
de la fiesta? ¿Cómo perdió su figura? ¿Cuándo extravió la envidia ajena?
Sabe que cuando salga del mar sólo la seguirán con la mirada algunos
“Antes no. Antes la miraban con deseo. En el
pasado. El abrazo de agua de mar por la espalda
era prometedor”.
distraídos, de esos que se fijan en cualquier escoba con bikini. Antes no.
Antes la miraban con deseo. En el pasado. El abrazo de agua de mar por la
espalda era prometedor. Con el tiempo suficiente en el mar podría poner
fin a su viaje hacia las líneas plateadas en su coleta, a las arrugas exageradas
en la sonrisa, a lo amarillento en sus dientes. Al testimonio de su cuerpo
de que cada día más es un día menos. El aire en la punta de los dedos. El
placer indeseable, parecido al del hombre que la penetraba en esos días:
magnífico para el sexo, pero insufrible para la convivencia, como el placer
de sentirse haciendo algo distinto, cuando en realidad era igual a todas.
Un abrazo de mar incómodo. El dolor en la nuca, el ardor en la parte alta
del pecho. La búsqueda infructuosa del deseo de vivir. La invocación a
todos los fantasmas que se han ido y flotan cerca de ella a la espera de
que ella y sus fronteras bajen la guardia. Flotar y saber que la corriente la
llevará, no hacia mar abierto, sino a la orilla. Donde rompen las olas y las
olas revuelcan. Tal vez con algo de agua en los pulmones volverá a desear
la vida, porque una de las ideas más incómodas que pueden ocurrírsele
a un vivo es que la vida estorbe. Ella le estorba a todos: a su esposo, a sus
a ella misma. También le estorba el suicidio, porque la cobardía en ella
ocupa demasiado espacio y su valentía es un recuerdo, el recuerdo de
cuando murieron sus hijos por creerse invencible. Ya no siente el viento
en la punta de los dedos ni sabe si la nuca sigue en su sitio. La punta
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hijos, a sus jefes que no pueden desecharla por interés. Se estorba hasta