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Nadie está exento Gabriela Macías Arreola

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De pequeña crecí escuchando lo maravilloso que era vivir en una ciudad rodeada por montañas. Puedo decir que algo que nos caracteriza a los regiomontanos es el orgullo de tener unas montañas tan bellas y majestuosas rodeando nuestra ciudad. Pues además de brindarnos su hermosura, sirven como barreras para cuidarnos de los desastres naturales: detienen el paso de tornados, aminoran la fuerza de los huracanes, hacen imposible que un terremoto azote la ciudad... toda mi vida me tragué esos argumentos que me hicieron tener una infancia tranquila y segura. Tiempo después, indagando en cuestiones geográficas, supe que el motivo por el cual no tiembla en el estado de Nuevo León no se debe a la“ protección” de las montañas, si no porque esta parte del país se encuentra en una zona tectónica estable, ya que su ubicación en la placa geológica norteamericana está lejos de las fallas telúricas que provocan movimientos de tierra. A diferencia de la parte sur del país, que se caracteriza por estar en el límite de las placas activas y donde ocurren movimientos. Nuevo León está asentado en una zona de transición de la Sierra Madre Oriental. Esto lo coloca en una zona donde no son comunes temblores de gran magnitud. Aunque eso no descarta la posibilidad de que los haya de baja magnitud. En los últimos años se han registrado temblores con un rango de 3.5 a 4 grados Richter. Puesto que son sismos de bajo grado apenas es posible sentirlos, menos cuando uno está pendiente de que el aire acondicionado no se descomponga para protegerse de las altas temperaturas. Estos datos hicieron que mi expectativa de protección se viniera al suelo. Pero eso no me quitó para nada la admiración y el cariño que tengo
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