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interrumpió a la mujer cuando dictaba su número telefónico, y ambas
lo vieron morir. Esa tarde, en la fiesta de la “Tita” Ethel, toda la familia
comió del delicioso pay de durazno.
Raymond, en una de sus tantas pérdidas de memoria, olvidó que le había
pedido a Franz que entregara a su abuela el pay de durazno que estaba
en el Gran Marquis, en caso de no sobrevivir a la misión. Como buen ita-
lo-germano, Franz cumplió su promesa.
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Finalmente, el agua se calentó. Entré a la regadera y me lavé los dientes
hasta que pude escupir ese desgraciado pedazo de maíz. La incomodidad
de la palomita desapareció, pero nunca olvidaré esa deliciosa rebanada
que mi abuela me daba en mi cumpleaños. Te extraño abuela, descansa
en paz.
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