Pay de durazno Recuerdo que su cumpleaños era una semana
Jaime Escobar Ibarrola razno de su fiesta. Una rebanada de ese pay
antes que el mío, la abuela siempre lo decía
y siempre me traía un pedazo de pay de du-
JAIME ESCOBAR
IBARROLA
de durazno era lo primero que mi abuela me
daba de cumpleaños.
Yo no era el único que disfrutaba tanto de ese
pay. Casualmente Ethel era abuela de un hom-
bre muy temido y poderoso, Raymond Dartell,
de la ciudad. Cada año Raymond compraba
un pay de durazno para el cumpleaños de su
abuela, en una pequeña panadería de la calle
58, manejada por una humilde familia israelí.
Como era habitual, Raymond subió a su Gran
Marquis 84’, se dirigió hacia la panadería is-
raelí y compró el majestuoso pay. El reloj
apuntaba al cuarto para las ocho cuando Dar-
3 de febrero de 1995. Estudia
en la Universidad Panameri-
cana la licenciatura de Comuni-
cación y está muy interesado en
la creación de contenidos para
guiones cinematográficos. Está
envuelto en el mundo mediáti-
co de la información con la fi-
Son las cinco en punto de una mañana fría en el sur de Boston, despier- tell se dirigió al cuartel de operaciones de los
to con la desgraciada alarma que suena como un saco lleno de gatos en napolitanos, justo después de ir por el pay de
celo. Decido no dormir cinco minutos más, gracias a que recientemente su abuela. Salió de su auto, metió el pay en la
en un artículo de internet aprendí que esta acción solo me hace sentir cajuela y entró al bar “La Nostra” de la calle
más cansancio. Bajo al baño preparado para la ducha mañanera que me 76. Al llegar, observó el rostro de su je fe (se
dará fuerza para despertar y espero y espero a que el agua se caliente. veía furioso), prendió su puro, ordenó un whisky en las rocas y revisó la
Mientras tanto, en estos dos minutos increíblemente prolongados, tra- bolsa de su saco en busca de antidepresivos. Después de su divorcio y las
to de quitar de mi encía ese miserable pedazo de palomita con el cual decenas de ejecuciones que su revólver había perpetrado, Dartell había
he peleado a morir desde anoche. La espera se vuelve interminable y la desarrollado una apasionada relación con la mezcla de antidepresivos y
batalla con el maíz exhaustiva, mi mente no lo soporta. En un punto de licor de malta, lo cual le causaban esporádicamente pérdidas de memoria.
desesperación recuerdo a la amiga de mi abuela, Ethel, esa señora que El jefe estaba preocupado por su guerra contra los colombianos. La noche
siempre tenía comida entre su dentadura. Hace mucho no veo a Ethel. anterior ellos habían robado un tráiler de cigarrillos, que los napolitanos
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nalidad de poder transmitir sus
ideas al público de una manera
creativa.
mano derecha del jefe de la mafia napolitana