La vida no solo termina de forma abrupta, incluso para los que sí come-
repente, alguien llamó a la puerta: “Domino’s Pizza” ten suicidio, siempre hay un funeral después, una segunda vida depen-
En su alienación y actitud de sonámbulo, Ignacio había olvidado que al diendo de nuestras creencias. No existen los finales cerrados, pero sí la
llegar a su casa había pedido una pizza, sabía que fumarse el porro le ge- pizza.
neraría un hambre monstruosa. Ignacio Pérez Martinez no renunció al suicidio solo por una vulgar (aun-
—Domino´s Pizza —repitió el repartidor del otro lado de la puerta. que deliciosa) pizza, sino porque entendió que la vida es un jodido chiste
Después de unos minutos, y justo cuando el repartidor estaba a punto de sin sentido. Una voluntad externa a todos nosotros que se ríe a carcajadas
irse, Ignacio abrió la puerta un tanto desconcertado, todavía en calzonci- cada vez que fracasamos. Y entendió también que la felicidad no es algo
llos. a lo que se llega, sino pequeños instantes que nos dan la posibilidad de
—Domino´s Pizza —dijo el repartidor, encabronado, por vigésima sexta reirnos nosotros también de la vida: manejar un Camaro, reírse de los
vez. estúpidos infomerciales, y exigir nuestras pizzas antes de 30 minutos.
Ignacio ni siquiera preguntó cuánto era, le entregó un billete de 500 pesos,
le pidió perdón por la tardanza y le cerró la puerta en la cara. En serio
tenía hambre y la pizza olía demasiado bien. Era la favorita de Ignacio:
mitad pepperoni, mitad tres quesos.
Nacho se dijo a sí mismo, de forma más serena, que comería la pizza y
luego decidiría qué hacer con su vida. Después de todo, en serio tenía mu-
cha hambre. Se sentía agotado por la combinación del alcohol con la ma-
rihuana. También estaba cansado de llorar como un bebé. Por otra parte
el disco de Pink Floyd estaba por terminar, y tenía años que no escuchaba
uno de sus discos favortios de principio a fin.
Decidió guardar el revólver y encender la televisión, era la hora donde la
mayoría de los canales solo trasmiten estúpidos infomerciales, donde se
intentan vender soluciones a problemas que en realidad no existen. Igna-
cio seguía un poco ebrio y sonrió ante la estupidez ajena. Teminó de co-
mer la pizza gustosamente y se fue a dormir.
Ya sé, ya sé que esto podría parecer un final absurdo para esta historia,
que las buenas historias concretan sus finales y que probablemente soy un
maldito arrogante por contar una historia como esta. Sin embargo, así es
la vida.
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dóname” seguía repitiendo. Estaba listo para mandar todo al infierno. De