Zaguán Literario Zaguán Literario 03 | Page 34

diariamente marcando posibles puntos de riesgo y las otras tres irían construyendo barreras. El equipo de los vigilantes indicaría a los constructores qué barreras era necesario reforzar y cuáles debían agrandar. Claro que me ofrecí a formar parte de la briga- da. Marina era el único hogar que conocía y no iba a dejar que desapareciera frente a mis ojos. Fui asignada al grupo de vigilan- tes. Hacíamos muy bien nuestro una vuelta para inspeccionar las barreras. Caminé por mi ruta usual y luego de unos minutos me detuve a admirar el mar. Tuve que pararme de puntitas para ver, las vallas ya habían alcanza- do una altitud considerable. Ahí estaba. Eterno e impasible, hermoso y gigantesco. Me quedé hipnotizada. Siempre que lo veía me sentía pequeña e impotente, frágil y a la vez afortunada de poder ser partícipe, al menos con bebés. Era necesario preservar la isla, mantener nuestras vidas y rutinas lo más intactas posible; todos merecíamos eso, nunca habíamos hecho daño alguno a la naturaleza. Estaba sumida en esos pensamientos cuando sentí algo helado que tocaba mi espal- da. Me levanté rápidamente y entonces lo vi. Aquello que temimos por tan- to tiempo y tontamente creímos controlar. El mar comenzaba a ban para ir a la escuela, el mis- mo que yo recorrí tantas veces cuando era pequeña, era intran- sitable. Tuvimos que convocar a otra asamblea. En esta ocasión el asunto fue tratado con ma- yor seriedad y decidimos que era necesario asignar un equipo. Participarían seis personas: tres se encargarían de recorrer la isla trabajo y después de dos meses logramos asegurar la isla. Todo había vuelto a la normalidad. Continuábamos con nuestros rondines solo por precaución, pero ya no había mucho que ha- cer. Una noche, de esas tan oscu- ras que es imposible distinguir dónde termina el cielo, salí a dar la mirada, de un milagro tan ex- quisito. Lo observé hasta que mis pies se cansaron de sostenerme y después me senté recargada en la barrera. Era una lástima que hubiéramos tenido que constru- ir un muro entre él y nosotros, pero no podíamos permitirnos simplemente desaparecer; en Marina había familias, ancianos, rodear las vallas; la humedad y la sal habían debilitado sus cimientos y el agua comenzaba a colarse entre la construcción. Era cuestión de días para que todo se viniera abajo. Entonces me di cuenta de lo irónica que era nuestra situación. Ahí estába- mos todos, organizando asam- bleas, proponiendo soluciones, 34 35 trataba de un leve desplazamien- to en el curso de las olas. Segu- ramente en cuestión de meses el agua volvería a su lugar. Ocurrió todo lo contrario. Apenas había transcurrido me- dio año y las barreras de cemen- to ya se encontraban sumergidas bajo el incansable e impaciente océano. Las olas comenzaban a acercarse cada vez más a la zona habitacional. Aquel camino que los niños normalmente usa-