Zaguán Literario Zaguán Literario 03 | Page 28

Sucedió muy entrada la noche. Cuando los lobos aullaban a la infinidad de lunas en el vacío. El viejo astrónomo invocó a las deidades planetarias; les rezó y les suplicó le dejaran sentir. Sus nombres eran aberrantes y se perdieron de la memo- ria de los sujetos comunes. Antes de concluir su rito, levantó una enorme estatua de horrenda figura. De sus innumerables sueños y pesadillas había salido el mo- numento. Tenía la cara deforme de un toro y la piel de leopardo. Vivía en su torre día y noche. Los años eran pocos para contar una existencia la- tente ya por siglos. Nadie recuerda cómo o de dónde llegó, cuándo surgió ni cuál era su labor ahí. Los locales se hicieron cientos de historias alrededor del anciano. Le llamaban brujo, demonio, fantasma, atrocidad. Ningún sustantivo respondía a su verdadera naturaleza. Las tardes las pasaba estudiando al ser humano. Le resultaba demasiado curioso que fueran creados y traídos al mundo como meras criaturas indefensas; pequeños 28 29 GERARDO GARCÍA RODR´ÍGUEZ Tengo 19 años. Nací en el Edo. de México y de inmediato mi familia y yo llegamos a la Ciu- dad de México. Desde pequeño he amado el cine y la literatura y soñé con dedicarme a alguno de estos medios. Hace tres años descubrí que la literatura llena todos los aspectos de mi vida. En la carrera descubrí que tam- bién me apasiona la fotografía y me quiero dedicar al periodis- mo, además de perseguir mi de- sarrollo profesional en el mun- do de las letras. La torre de astronomía parásitos informes, irracionales e inocentes. Más curioso aún, le parecía que crecieran y la hermo- sura se posara sobre ellos, que continuaran siendo estúpidos y violentos en extremo. Lo más curioso para el astrónomo, sobre los humanos, era cómo después de llevar vidas vanas y avaras, inmundas e incomprensibles, hallaran una contradictoria belleza en sus muertes. Era casi gloriosa, digna de criaturas mayores, la gracia con la que cada per- sona moría. La inevitabilidad del acto mortuorio apasionaba al astrónomo. Si tan solo él supiera lo que es morir, lo que implica. Si tan solo pudiera sentir de verdad; la agonía del espíritu desprendiéndose incierto del cuerpo, la an- gustia inefable de dejar de existir, el frío en el cuer- po y la muerte de los miembros, el último latido. Pensar en exhalar el aliento final le fascinaba más que cualquier otra cosa de su realidad inmediata, y de las demás realidades por él conocidas también. Sus noches eran mucho menos propicias para pen- sar y discurrir estos asuntos. En lo observacional son infinitamente más sorprendentes. Desde su planetario estudia el Universo alrededor de él. Se encarga de ver y capturar visualmente cada mo- mento de la acción o inacción estelar. En lengua vernácula se les conoce con un nombre que equi- vale a “cazadores o receptores de luz”. Su trabajo es meramente pasivo y perceptivo. Uno no imagina la cantidad de conocimiento arca- no que le es suministrado a diario, en medio de