muy concentrado en convencerte de pagar la fianza, pero sueltas una car-
la cabeza para entrar en la patrulla, que agache la cabeza para salir de cajada y dices ¿pagar la fianza? Jajajá, estás pero si bien loquito, sabes que
la patrulla, que levante la cabeza para tomarme la foto, que agache la no puedo hacer eso ¿Por qué no puedes? Te pregunto, pues porque soy tu
cabeza para que escriba mi nombre en el acta, pero escríbelo bien, me conciencia, me dices, y las conciencias no usamos dinero. Ah… te digo.
exige, ¡el verdadero nombre! exige, o no tendrá derecho a su llamada, ¡ah! Pues ah… me dices.
tengo derecho a una llamada; devuélvame entonces mi moneda ¿Cuál Entonces una marsopa marina salta por la ventana, devora al policía, lue-
moneda? La que usted me quitó. El policía se consterna, ¡Ah! Querrás go al Comandante No Sé Qué, que por estar muy gordo, se le atora en la
decir tu piedra, yo insisto que es una moneda, él insiste que es una pie- garganta. Pobre marsopita, pienso, y me apresuro a patear al Comandan-
dra, yo insisto que es una moneda, él insiste que es una piedra, yo insisto te en el culo hasta que la marsopa logra tragarlo y guardo mi piedra, un
que es una moneda, él ya no insiste en nada: me entrega de mala gana poco ensangrentada, en el bolsillo de la camisa, junto al corazón. Saco mi
la moneda y se coloca detrás de mí cruzando los brazos cuando estoy a armónica en Si bemol y tomados del brazo, la marsopa marina y yo, sali-
punto de insertar la moneda en la ranura hasta que… Disculpe, le digo, mos del ministerio público, bailando charleston, muy contentos.
¿Me podría dejar solo para hacer mi llamada? Sólo solo, no necesito más; Tengo hambre.
y el policía dice que no, que quiere ver cómo introduzco mi piedra en el
teléfono. Discutimos de nuevo, a los gritos. Los gritos despiertan a un tal
Comandante No Sé Qué. El Comandante le dice al policía que me deje
hacer la llamada a solas. Sólo a solas, le digo, no necesito más. El policía le
explica al Comandante No Sé Qué lo de la moneda-piedra, el Comandan-
te se limpia las legañas, gruñe, me arrebata la moneda, achica los ojos,
examina mi moneda y dice: ¡Esto es una piedra! entonces me toma del
brazo bien fuerte y dice: Quiero ver que metas esta chingadera de piedra
en el teléfono, y si no lo haces te voy a dar una putiza, por burlarte de la
autoridá. Querrá decir de-lau-to-ri-dad, mi Comandante, le corrijo, pero
no me hace caso, me entrega la moneda y me empuja hacia el teléfono y
yo pienso que el mundo se ha vuelto loco loco loco. No importa, tomo la
moneda, introduzco la moneda en el teléfono, marco tu número y te digo
hola, oye qué crees, fíjate que estoy detenido… tú suspiras fastidiada di-
ciendo déjame adivinar: otra vez tu pinche piedra ¿verdad? Los policías
se miran abriendo enormísimamente los ojos diciendo ¿Cómo lo hizo,
cómo lo hizo? Y los dejo que se revuelquen en la sorpresa, porque estoy
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una piedra, yo les grito que es una moneda, el policía grita que agache