qué mejor que cruzar el mentado lago. Anuncié mi hazaña durante
el resto de ese día, y me encargué de que hasta debajo de las piedras
supieran quién era y por qué cruzaría. Esta era la única forma en
que ganaría su respeto y lograría que me escucharan para instalar mi
planta de agua. Esta gente entendería de una buena vez.
Al día siguiente me levanté temprano. Desayuné ligero y me puse
unos pants y tenis deportivos. No importa mucho que uno no se bañe
si se va a meter al agua, es lo mismo, pues. Así que no me bañé y así
salí bien tempranito; a las siete de la mañana ya estaba bien instalado
en el muelle, que más que eso era un conjunto de pedazos carcomidos
de madera que reflejaban el largo abandono y el uso nulo que se le
había dado.
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es un tema tabú aquí.”
A pesar de mis intentos por convencerlo y mis diversas explicaciones
del ofrecimiento, Don Jacinto se esmeró en interrumpir cada una de
ellas para decirme, en pocas palabras, que no le interesaba y que es-
taba loco. Salí de la oficina, cabizbajo y decepcionado, y me dirigí a
mi hostal.
Los días subsiguientes fueron una montaña rusa de emociones y re-
cuerdos. No me cayó muy en gracia, pero resultó que la gente seguía
acordándose de mí como el loquito aquél que quería estudiar y que
se la vivía haciendo experimentos raritos. Los que no me conocieron
de niño más bien se acordaban de mí por la terrible tragedia de per-
der a mis padres, y no conforme con eso, pocos días después a mi
queridísimo maestro, Alfonso. Fue el único que me apoyó con eso
del estudio y de los proyectos, pero igual que la mitad del chingado
pueblo, se lo llevó el lago. Quién sabe qué fue a hacer el viejo a la
orilla del lago, pero el caso es que nunca lo volvieron a ver.
Después de tres días de tratar de convencer a la gente de que mi
proyecto le traería sustento a todos, no recibí una sola respuesta de
apoyo, sino rechazo, como el que siempre obtenía al abrir la boca de
niño. Me tiraron de loco y hasta se ofendieron.
“¿Nos quieres ahogar a todos, verdad?”
“¿Por qué no mejor te regresas a México a poner tus proyectitos allá?”
“Ni quién te vaya a apoyar, se te olvida que en Numarán no tocamos
el agua.”
“¡Qué rápido se te olvidó lo que les pasó a tus papás! ¡Chamaco
chiflado!”
Me dio tanto coraje que pensé en regresarme a México. “Pinche gen-
te, se van a morir de hambre si no progresan”, pensé. Finalmente,
decidí quedarme para demostrarle a la gente de una vez por todas
que yo valía y no estaba loco. Y ya si me iban a tirar de a loco, pues