Zaguán Literario Zaguán Literario 02 | Page 24

qué mejor que cruzar el mentado lago. Anuncié mi hazaña durante el resto de ese día, y me encargué de que hasta debajo de las piedras supieran quién era y por qué cruzaría. Esta era la única forma en que ganaría su respeto y lograría que me escucharan para instalar mi planta de agua. Esta gente entendería de una buena vez. Al día siguiente me levanté temprano. Desayuné ligero y me puse unos pants y tenis deportivos. No importa mucho que uno no se bañe si se va a meter al agua, es lo mismo, pues. Así que no me bañé y así salí bien tempranito; a las siete de la mañana ya estaba bien instalado en el muelle, que más que eso era un conjunto de pedazos carcomidos de madera que reflejaban el largo abandono y el uso nulo que se le había dado. 23 24 es un tema tabú aquí.” A pesar de mis intentos por convencerlo y mis diversas explicaciones del ofrecimiento, Don Jacinto se esmeró en interrumpir cada una de ellas para decirme, en pocas palabras, que no le interesaba y que es- taba loco. Salí de la oficina, cabizbajo y decepcionado, y me dirigí a mi hostal. Los días subsiguientes fueron una montaña rusa de emociones y re- cuerdos. No me cayó muy en gracia, pero resultó que la gente seguía acordándose de mí como el loquito aquél que quería estudiar y que se la vivía haciendo experimentos raritos. Los que no me conocieron de niño más bien se acordaban de mí por la terrible tragedia de per- der a mis padres, y no conforme con eso, pocos días después a mi queridísimo maestro, Alfonso. Fue el único que me apoyó con eso del estudio y de los proyectos, pero igual que la mitad del chingado pueblo, se lo llevó el lago. Quién sabe qué fue a hacer el viejo a la orilla del lago, pero el caso es que nunca lo volvieron a ver. Después de tres días de tratar de convencer a la gente de que mi proyecto le traería sustento a todos, no recibí una sola respuesta de apoyo, sino rechazo, como el que siempre obtenía al abrir la boca de niño. Me tiraron de loco y hasta se ofendieron. “¿Nos quieres ahogar a todos, verdad?” “¿Por qué no mejor te regresas a México a poner tus proyectitos allá?” “Ni quién te vaya a apoyar, se te olvida que en Numarán no tocamos el agua.” “¡Qué rápido se te olvidó lo que les pasó a tus papás! ¡Chamaco chiflado!” Me dio tanto coraje que pensé en regresarme a México. “Pinche gen- te, se van a morir de hambre si no progresan”, pensé. Finalmente, decidí quedarme para demostrarle a la gente de una vez por todas que yo valía y no estaba loco. Y ya si me iban a tirar de a loco, pues