Zaguán Literario Zaguán Literario 02 | Page 18

Tania Cortés Campoy “Conforme pasaron los años, la gente desarrolló un temor ilógico al lago, tan fuerte, que paulatinamente se abandonó toda actividad que tuviera que ver con él.” 17 18 La isla sin retorno Las horas de viaje a bordo del camión me parecieron eternas. Cuando por fin bajé, me di cuenta que aún tendría que caminar unos 15 minu- tos antes de llegar a mi pueblo. Tantos años y la única carretera que han construido en la zona solo llega a Pátzcuaro. Pero a Numarán, ni quién lo fume. Mientras andaba por el estrecho camino de terracería, rodeado de maleza y al rayo del sol, el cual pegaba tan fuerte en la piel que hacía a uno sentirse incómodo, me puse a recapitular todos los años que pasé en Numarán. Los recuerdos comenzaron a caer como gotas de lluvia, uno por uno y llegando cada vez con más fuerza y a mayor cantidad. Recordé cómo jugábamos de niños fútbol sobre la tierra y nos desgastábamos los zapatos de tanto derrapar sobre las piedras. A esa edad poco te puede importar lo que traes puesto. También recordé aquellos días de intensa competencia, cuando todos los morritos del pueblo éramos más o menos de la edad, y corríamos de un extremo del pueblo al otro; llegábamos bien rápido, y cómo no, si nuestro mu- nicipio no debería haber medido más de 10 cuadras en total. Sí, era chiquito, siempre lo fue, pero era mi hogar y con ese amor decidí re- cordarlo durante todos esos años que estuve ausente. Sin embargo, así como iba sonriente caminando en dirección a mi antiguo hogar, los recuerdos felices de aquellos tiempos se vieron opacados por los no tan felices. Sí, había habido varias razones por las cuales decidí irme de ese lugar, y pasaron tantos años que olvidé el por qué la vida me orilló a tomar esa decisión, pero entre más ca- minaba, más me acordaba del pueblo, de su gente, de sus historias, y más se me revolvía el estómago. Resulta que en Michoacán no todo es miel sobre hojuelas. De hecho, hay cosas que a uno que viene de pueblo no le creen si las cuenta, en- tonces uno mejor opta por callarse la boca y guardarse sus leyendas de pueblerino para sí mismo. Pero lo que pasaba en Numarán era