Los Engrananos
un tiempo justo el día que me conoció, pero no podían cortar porque sus
padres la amaban.
¿Pero qué sus padres no sabían de mi? No. ¡Eran puras mentiras! Pero...
¿Entonces ella tampoco sabía y no me odiaba? No, tampoco. ¿Y Jos? ¡Ni
siquiera existe!
¿Cómo? No tiene sentido. No estaba entendiendo nada.
Los recuerdos y las charlas pasaban por mi cabeza como remolinos y me
estaba volviendo loca. ¿Con quién carajos había estado todos esos meses?
¿Quién era?
Él solo respondió: “Lo lamento, Pao. Creí que podía con esto y tenía que
hacer que te la creyeras. Pero tranquila, los sentimientos y los sueños
eran reales.”
Nos adentramos al universo del Gran Ben, en donde el tiempo es pacien-
cia y la comunidad de los “engrananos” debe apoyarse mutuamente sin
importar las circunstancias, esto por el bien de la humanidad. Sean bien-
venidos al día de trabajo del engranano Rodri.
Suena el despertador, el chillante y repetitivo tintineo hace que Rodri
abra sus ojos para ver qué sucede en el mundo real.
—¡Por Dios! Este sueño sí que me ha entretenido más que la película del
domingo.
De un salto se para de la cama y llega hasta el vestidor en donde coge su
uniforme. “Engrananos Inc.” se lee en su espalda. Baja como un rayo al
mismo tiempo que se acomoda su gorra en la cabeza. Su esposa le tiene
Mi mente se paró.
Recordé cómo aquel día quise cambiar mi último dígito, cómo ignoré
su foto de perfil, cómo ignoré que no quisiera presentarme a sus padres,
cómo pasé por alto que Mariana me odiaba cuando no tenía sentido. Me
dio rabia pensar que le pude haber dado like a esa foto de las pizzas y
todo su teatrito se hubiera venido abajo en cuanto ella viera mi foto de
perfil con él.
No supe qué contestar, así que puse “Está bien, jaja.” Borré su número.
Han pasado casi tres años y al día de hoy no está bien, porque para mí,
hoy todavía vivo en nuestro “para siempre”.
el desayuno listo, pero Rodri sólo toma una pieza de alimento del plato y
besa a su amada Romina sin bajar la velocidad, dirigiéndose a las afueras
de su residencia.
—Mi querido Rodri, pero ¿qué haces? ¡Con paciencia, recuerda! —Le grita
su esposa con cara de confusión.
Ya en el tráfico, Rodri desespera, la falta de proteínas y concentración ha-
cen que sude litros y que no piense claramente.
—Esta vez sí no me la perdonan. ¿Cómo pude quedarme dormido?
CÉSAR GARCÍA IBARRA
(7 de noviembre de 1994). Estudia la Licenciatura en Comunicación en
la Universidad Panamericana. Fanático de los deportes que busca ser
un revolucionario del pensamiento competitivo; hay que ver más allá
de ganar o perder y darle importancia a lo que te lleva a cualquiera de
esos dos resultados. Tu estilo y valores jamás deben ser subestimados
si buscas ser el más grande. Esta idea quiero transmitirla en un futuro
como periodista y locutor. Escribir me gusta, pensar no tanto.
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Así que... Mariana era su novia desde hacía dos años y se habían dado