vinieron a la mente dos sospechosos: ciones jamás serían escuchadas. Quizás en un arranque de desesperación la mantis
le había hecho mucho tiempo atrás. Se el caballito del diablo azul y la mantis había hurtado su zapatilla.
trataba de una colección de discos de religiosa. Un momento, ¿ruido? ¿taconeo? ¡Pero claro! Tobías sabía perfectamente cómo
música clásica de la época del roman- El caballito del diablo azul era un in- encontraría su zapato de tacón. Sus habilidades auditivas le permitirían reconocer
ticismo ruso. Tobías había memoriza- secto que no le inspiraba confianza por el inconfundible sonido que hacía su zapatilla al chocar contra el suelo. Correría
do un total de 455 melodías. Entre sus el simple hecho de ser azul. Y aunque hasta ella y atraparía al ladrón.
compositores favoritos figuraban Piotr no sabía cómo se veía el azul, ni lo que Respiró muy hondo tres veces y se concentró en los sonidos del mundo exterior.
Ilich Chaikovski y, aunque parezca un se sentía en las pupilas ver ningún co- Al principio fue difícil porque el exterior es un lugar muy ruidoso. Poco a poco el
poco contradictorio, el grupo de Los lor, sabía (por habladurías) que el cie- bullicio se fue haciendo cada vez más nítido y pudo distinguir una que otra suela
Cinco liderado por Mili Balákriev. Así, lo y el mar eran azules y que había un arrastrándose perezosamente a su destino, el lloriqueo de una lombriz antes de
entre armonía occidental y folklorismo punto en el horizonte en que ambos ser devorada por un polluelo recién nacido, hasta pudo distinguir al caballito del
ruso, cada una de las se confundían creando diablo azul suspirando por un amor mal correspondido y a la mantis religiosa en-
membranas del oído un efecto de inmen- cendiendo una veladora, pero de su zapatilla no había rastro alguno. Un sonido
del ciempiés se había sidad, y esas cosas tan captó la atención del ciempiés: “Ring, ring”. Era agudo, alarmante. Lo escuchaba
educado. Pero ya nada inconmensurables lo repetidamente y cada vez más cerca de él: “¡Ring, ring! ¡Ring, ring! ¡RING, RING!”
de importaba hacían sentir diminuto Tobías se puso en 50 patas y apagó el despertador. Había sido un mal sueño. Se
porque le hacía falta y lo asustaban. El azul acercó a la zapatera de madera y descubrió que el zapato izquierdo de su vigesimo-
una zapatilla y sin ella daba miedo y cualquier quinta pata había desaparecido…
no podría vivir. bicharraco que portara Ante tal tragedia y ese color no era de fiar.
esto
después de unos minutos de reflexión Por otro lado, la mantis religiosa pasa-
Tobías exclamó en voz alta: “¡Pero ba los días recluida en su pequeña casa.
qué tontería!” Por supuesto que los Entre rezos y plegarias la mantis era
ciempiés no pueden hablar y mucho una fanática, tenía un pequeño altar
menos exclamar nada en voz alta. Sin hermosamente adornado con flores y
embargo, son unos animalitos de pen- velas que perfumaban el santuario de
samientos muy complejos y profundos. adoración. Una de las muchas creen-
Analizando las distintas posibilidades, cias que Tobías encontraba absurdas
Tobías llegó a la conclusión de que al- era que la mantis estaba convencida
guien se había llevado su vigesimoquin- de que los tacones hacían demasiado
ta zapatilla izquierda, ¿pero, quién? Le ruido y que con tanto alboroto sus ora-
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gracias a un obsequio que su tía abuela