de lo doméstico. La Jessica intrusa —toda una lamia— llegó contándonos sobre su
nueva bolsa y las faltas morales que sus vecinas cometían. Sensatos y sinceros co-
mentarios por parte de alguien que trajo una nueva prima a la familia, una niña con
la sangre de mi tío, y otro chico con un padre misterioso y desconocido.
Salimos al patio y encendimos nuestras luces de bengala. Observábamos la luz
La casita azul y el hombre que
vive siempre
Ana Muñoz Morales
mientras mujeres mecánicas limpiaban las copas. Escuché a Le decir: “Olimpia ¡Otra noche estrellada! Parecía que las estrellas anaranjadas iban a meterse saltan-
—mi madre— salió de vacaciones mientras las niñas estaban con su papá. Probable- do por la ventana de la habitación. Eran como aquellas estrellas del cuento de la
mente algún hombre le pagó el viaje”. Algo incómoda, me propuse expresar en la abuela. Solo que olvidó decirme que hacían mucho ruido, como si fueran truenos.
cena que mamá había salido con sus amigas. El mantel era blanco y estaba almi- Cerré la ventana despacio para evitar que las dos maderas se tocaran e hicieran el
donado. Los mismos manteles finos estaban en cada uno de nuestros lugares, con menor ruido. Me quedé viendo las estrellas anaranjadas del cuento de la abuela,
sus respectivos cubiertos de plata. Abuelita llevó el pavo a la mesa. ¿Por qué tanto por una ranura que era más ancha que las demás.
ahínco en tener una vajilla resplandeciente cuando su libertad estaba opacada? To-
das las mujeres sonreían de oreja a oreja en la cocina, sus platillos competían para
ser el más delicioso, o el más elaborado, quizá el mejor presentado. Pero ahora esas
sonrisas no me parecían hogareñas y cálidas. Me parecían macabras.
Mientras, los hombres bebían cubas y discutían temas que a mis 14 años ya en-
tendía. Hablaban, por ejemplo, sobre cómo Joseph trabajaba con el Sr. Alberto
Baillères (pero omitían claro que ni siquiera trataba con él, pues un tercero daba
las órdenes del economista) y Fabián callaba a mi abuelo porque estaba seguro de
que su cotidiano discurso político nos interesaba más que las anécdotas del abuelo
‘Tata’.
En la cocina, miré a las