Hay quien expresa su identidad por medio de
su atuendo y usa la ropa como si fuera una
tarjeta de presentación. Otras personas se
definen por lo que leen: se puede obtener
mucha información acerca de ellas examinando
el contenido de sus libreros. Pero no todo el
mundo les da importancia a la moda o a la
lectura, ni confía su imagen personal a su
vestuario o a su biblioteca. Una expresión de
identidad más común es la música que
escuchamos. Si te pareces a nosotros —y
estamos casi seguros de que en esto sí—,
entre tus pertenencias más personales se
encuentra tu colección de música.
La música nos gusta por diversas razones, pero
sobre todo porque inspira emociones, desde la
oleada de placer abstracto que nos pone la
carne de gallina sin saber por qué, hasta la
nostalgia del recuerdo que nos evoca. Tanto
significado emocional le damos a la música que
es fácil ponerse sentimental y no apreciar el
enigma que entraña.
Charles Darwin lo expresó por
primera vez en 1871, en su tratado
sobre el origen de los humanos:
"Puesto que ni la capacidad de
disfrutar ni la de producir notas
musicales tienen la menor utilidad
para el hombre en sus hábitos
cotidianos, hay que clasificarlas
entre las facultades más
No es que Darwin desdeña la música
misteriosas de las que está
ni las distintas funciones que cumple
dotado".
(ambientación para rituales, bálsamo
del alma, herramienta para el cortejo).
El padre de la evolución se refiere
más bien a que no es de ninguna
manera evidente que las facultades
musicales nos confieran a los
humanos ventajas en el juego de la
supervivencia: no nos sirven para
defendernos de las fieras, ni para
cazar a nuestras presas; no calientan
nuestro hogar, no nos ayudan a
obtener agua ni cuidan nuestros
cultivos. Desde el punto de vista
evolutivo el origen de la música es un
misterio.