Carta moral
Por: Nelson Solorio Talavera
Prefiero a la prostituta vieja, al joto, al indio, a la muchacha que tiene la cara machada de tizne,
al albañil del rostro notoriamente asimétrico
que paga 10 pesos por bailar con una señora mayor,
al niño que toma soda en una bolsa de plástico y no sabe correr,
al que, jugando futbol en terracería, se fracturo la cadera,
a la vieja que ya no saluda a nadie,
al loco que todo el día está barriendo calles sucias para siempre.
Mi lealtad es para la tumba, un montículo de hermosa tierra y los huesos de una mujer que fue monja y guardia
de seguridad y un día sufrió un infarto frente a la televisión.
Esos son mis muertos, el flaco que murió de Sida cuando nadie muere de Sida,
la vendedora de chicles de ocho años de edad que no sabía mirar a los lados antes atravesar la avenida,
soy deudo del poetastro que murió de frío en la calle, más que del gran poeta que murió en las mismas
condiciones,
Adopté como mío
al montón de huesos que estaba sembrado en las piedras de un cerro como las raíces blancas de un árbol caído,
y mi lugar es la sombra de ese árbol.
Prefiero vivir entre los hombres que miran descaradamente a la belleza que no tocarán,
prefiero la compañía del que se arrepiente de haber dejado su hogar y dice que no se arrepiente de nada,
del que un par de veces tuvo la felicidad y la perdió,
del que avanzaba ciego en un mundo de luces asquerosas.
El que llora durante el sexo es mi amigo y lo desconoce,
es mi compañero el que descubrió que era mujer cuando estuvo en la cárcel,
el que tenía una gran bola inexplicable debajo del ojo,
el que a los 20 años tiene la frente arrugada y el cabello quemado por el sol.
Amigos que tenían la esperanza de comprarle una casa a su madre,
gente que hace fila en el seguro social y que lucha por la vida de un albañil de 90 años,
madre que no tenía para lo comida aquel martes,
niño que no puede pasar a aquella tienda porque es de una raza pobre.
Fui amante de una mujer que se avergonzaba de su piel morena y de la piel de su padre y de la piel de sus
hermanos.
Fui amante de un muchacho que le pedía a Dios que lo convirtiera en otra persona.
Amé al desierto donde el sol es padre de espinas.
Amé que la soledad tuviera tantos rostros de hombre y de mujer, y tantas manos y tantas piernas y tantos sexos. Y
que en ella todo fuera hambre.
Y el hambre que alimenta a la vida con la energía de un pozo sin fondo.
Y amé a los animales que nos avergüenzan con su silencio.
A las máquinas que nos van sepultando.
Amé la Sequía que es la mano izquierda de una antigua madre que no existe,
amé a todos sus hijos.
He puesto mi esperanza en alguien que caminaba tambaleándose por las calles de Chihuahua y que cantaba sin
querer la misma música necia de sus abuelos.
Soñé que todo tendría alguna forma de salvación y que había un paraíso empujando debajo de las grietas de las
calles
y la mirada de dioses buenos al fondo de cada sombra.
Nelson Solorio Talavera es egresado de la Facultad de Filosofía y Letras en Letras Españolas. Ha sido tallerista del taller de
Enrique Servín. Ha publicado en Chihuahua ARDE y en la antología del taller literario Pablo Ochoa del ICM. Actualmente
estudia la maestría en la ENHA en Antropología.
SN TITULO
MIXTA / PAPEL
23 X 30.5 CM
NESTOR MARXIANO