LA MUÑECA QUE MURIÓ MIENTRAS
DORMÍA
POR: LUCERO MERCADO
En el piso. Tirada. Carcomida y amarillenta. Así lucía aquélla fotografía de hace más de 30 años. Los colores ya no eran
tan nítidos como la primera vez que la vi… pero las siluetas eran las mismas… los semblantes de los rostros no habían
cambiado. El dolor enmarcado en esas niñas era tan claro como las gotas de lluvia que visten de frescura las calles en
los calurosos veranos.
Un par de vestidos blancos acarician el suelo lleno de tierra, al fondo de esas telas, se alcanzan a ver esos secretos que
se aferran a un blanco que de pronto, dejan de ser blanco, para tomar las sombras y el rojo, como su color.
- ¡Corre Gloria, viene para acá!... ¡corre todo lo que puedas!
- No puedo, siento que se me va el aire… ¡espérame!
- Tienes que correr o sí no, nos va a alcanzar… ¡acuérdate de lo que nos hace si nos alcanza!
- ¡Llévame de la mano, así podré correr contigo, pero no me dejes sola!
Rodillas ensangrentadas y piedras metidas bajo la piel. El dolor de un raspón era nada comparado con un par de
manos lascivas hurgando en las faldas del uniforme escolar. La bestia sonreía con una dulzura que solo la gente
desconocida, caía en su mentira. Tenía nombre… un nombre que aquellas niñas deseaban enterrar en lo más
profundo del planeta.
- Mi muñeca está llorando…
- ¿Por qué llora?
- Ayer, mi tío le quito sus calzones y metió sus manos a fuerzas… ella no quería… lloraba y le decía que no… pero parece
que no oye, porque ni siquiera la miraba a los ojos cuando ella le gritaba que no lo hiciera.
- ¿Le dijiste a alguien de eso?
- No. Mi papá dice que son puras mentiras y hasta me pegó. Mi maestra estaba platicando con el director en voz
bajita, que hasta me corrió cuando quise hablar con ella y me castigó por interrumpirla… mi mamá… tiene miedo de
hablar con mi papá porque le grita mucho y nada gano con decirle.
- También a mi muñeca le hace lo mismo… no me gusta, pero no sé cómo decirle que no, porque me ha dicho que, si
digo algo, va a decirle a mi papá que hago cosas malas con otros niños para me castigue y que a él sí va a creerle,
porque él es un adulto y yo, una niña mentirosa y malcriada.
- ¡No quiero que este en la casa! No me deja dormir, se mete en mi cama.
- También en la mía.
Las velas se derretían en esa fotografía sin siquiera haber sido prendidas. Los vestidos de la primera comunión,
plasmados en ese pedazo de papel, delataban un pasado oscuro. El escenario gris y opaco anunciaba dos almas
ataviadas de luto. Dos niñas que crecieron en un mundo amargo, donde los dibujos de sus cuadernos no eran flores ni
muñecas, eran pedazos de seres mutilados y enfermos. Lupe, la más grande; se perdió en los sueños cada vez que
llegaba de la escuela. La depresión se apoderó de ella. Día a día, dormía toda la tarde y todos los días, hasta quedar
sumergida en una soledad y miedo al exterior… la capacidad de socializar la extravió sin darse cuenta. Su mente se
bloqueó. Se quedó atrapada en su niñez antes de sufrir las agresiones de su tío. Gloria, la pequeña; puso esos
recuerdos en el olvido. Intentó ser fuerte para hacerle creer a los demás, que ella era una persona feliz y sólida,
aunque una muy pequeña parte de su corazón siguiera sangrando, gota a gota, pero la herida continuaba sin poder
sanar.
Tal parecía que esa imagen, había atrapado la desgracia de esas niñas: Lupe terminó sus días divagando y Gloria,
enredada en un matrimonio pantanoso, cuya violencia le fue clavando espinas a su alma, hasta dejarla muerta en
vida.
-No sé en dónde dejé mi vida... ¿alguna vez fui feliz?... no lo recuerdo. No sé quién soy, ni por qué estoy aquí. Sólo
tengo una imagen difusa en mi mente de aquella niña frente al espejo que sonríe mientras se pone por primera vez,
su vestido de la primera comunión y escucha con emoción, las campanas de la iglesia, para ir a misa.